domingo, 9 de enero de 2011

Avaricia suicida


Tres sucesos acusan en solo unas jornadas a los responsables del capitalismo salvaje de las grandes corporaciones, que se amparan en una suerte de anonimato cómplice para delinquir, dicho así claramente, por no hablar de comportamientos claramente homicidas.

Después de que en los primeros seis días del nuevo año se hayan dado una serie de fenómenos inexplicables –o cuando menos inexplicados-- que han supuesto la muerte de miles de aves, de peces, de ranas y de cangrejos en distintos lugares del Planeta, desde Estados Unidos y distintos enclaves de Europa a Sudamérica y Australia, parecemos sumidos en una novela de terror.

Los biólogos aconsejan practicar necropsias minuciosas. Puede tratarse de un descenso súbito de las temperaturas a ciertas cotas que han congelado a los pájaros antes de estrellarse contra el suelo; tal vez una alteración magnética ha desorientado a los cangrejos, como a los grandes escualos que se quedan varados en las playas; acaso ciertas algas tóxicas son las culpables de que miles de peces aparezcan asfixiados sobre las aguas.

Muchos recurren para explicar los hechos a las profecías milenaristas o apelan a interpretaciones mágicas. Pero probablemente todo se deba a la avaricia de los hombres, a la voracidad irresponsable del capital sin patria. En Alemania se han detectado alimentos contaminados por dioxinas que pueden ingerir las personas a través de los piensos del ganado sacrificado. Pero nadie crea que las grandes corporaciones se amilanan. Dicen que las sustancias añadidas para el engorde –y el fraude de los consumidores-- no son lo bastante nocivas para provocar enfermedades. Qué cinismo.

Un equipo de investigadores españoles acaba de probar que el aire de las grandes ciudades, aún el “no contaminado”, enferma a la población por el efecto de partículas volátiles consideradas hasta ahora inocuas, porque el aire no es inerte y no se devuelve depurado después de su “utilización”.

Y, por último, los consumidores acaban de denunciar lo que ya dábamos por supuesto: que la Industria se halla implicada en un complot para “alterar el precio de las cosas” --lo que constituye un delito tipificado-- mediante lo que se llama “obsolescencia programada” o, si se prefiere caducidad a plazo fijo mediante averías provocadas. Es lo que los mercaderes llaman el Principio de Usar, Tirar y Comprar.

Según eso, las averías “no tienen arreglo” porque es “más barato” comprar que reparar. Así es que las grandes corporaciones provocan el consumismo artificialmente para seguir medrando. Y siguen apostando por la gasolina, cuando ya hay vehículos que funcionan con un combustible tan barato y abundante como el hidrógeno.

La avaricia está desesabilizando el Planeta



Darío Vidal
09/01/2011



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