viernes, 4 de marzo de 2011

La Cleptocracia


Esto no es una Democracia sino una Cleptocracia.

Es un gobierno de “kleptés” (o “kleptéis”), esto es, de ladrones

Vivimos en el Puerto de Arrebatacapas, el Patio de Monipodio y la Cueva de Alí Babá.

Aquí las cuotas de corrupción han traspasado los niveles de desvergüenza hasta extremos institucionales inconcebibles. Por eso los comprometidos no se ocultan ni se disculpan ni se defienden, sino que exhiben con insolencia y sin rubor el baldón de su biografía, justificando el latrocinio.

La infamia es tan vasta, y tan grande la deshonra –esa bobada por la que en otro tiempo se batían en duelo y se dejaban matar--, que no sorprende que gente como Chaves el andaluz, favorezca y subvencione la empresa de su hija; que el autonomista Griñán dé cobertura --por el momento-- a casi cien jubilados de un ERE en que no trabajaban; que el “popular” Jaime Matas esté imputado por doce delitos, entre ellos el caso Palma Arena y el encargo de la Opera de Palma a Santiago Calatrava que cobró y no ejecutó; que el presidente valenciano Francisco Camps, el de los trajes que demandan tintorería en el caso Gürtel (“Correa” en lengua alemana), y los obstructores de las comisiones de investigación no investigadas en unos y otros partidos, se hallen enfangados en mil tramas de corrupción millonaria. Del mismo modo que el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, que tuvo algo que ver en el caso Gal, parece hallarse implicado en las turbias elecciones que sucedieron al atentado supuestamente “yihadista-salafista” del 11 de marzo de 2004 en Madrid, y parece actualmente comprometido en el caso del Bar Faisán en el que ciertos elementos de la policía dieron a ETA el chivatazo de que iban a desmantelar su infraestructura de extorsión y finanzas. No es de extrañar que, por una u otra razón, la gente desconfíe de los políticos.

No diré que antes atasen los perros con longaniza, pero cuando menos la gente sentía pudor. Ahora los políticos han perdido la vergüenza. Dista eso de sugerir que haya de dimitir todo al que cuelga un sambenito cualquier difamador, porque eso sería someterse no al voto de los electores sino al veto de los maliciosos. Pero sí hay que exigir la dimisión o el cese en los casos en que existen indicios razonables de delito.

Resulta vergonzoso para los partidos –algunos vinculados por un “código ético” formal-- y para los propios simpatizantes, que una plataforma cívica haya demandado estos días que se excluya de las listas electorales a los corruptos. (http://www.avaaz.org/es/spain clean up politics 1/?vl)

Si se encubre a los candidatos sucios o no se implantan listas abiertas, habrá que concluir que todos son cómplices.

Y, en ese caso, será cuestión de votar en blanco.


Darío Vidal
04/03/2011


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