domingo, 20 de marzo de 2011

Palabra de Gadafi


Muhamar al Gadafi, el sanguinario coronel “revolucionario” de la inmovilidad terrorista libia, ha dado una prueba más del crédito que merece su palabra al ofrecer una tregua para amnistiar y evacuar a los combatientes que entregasen las armas.

Nadie cometió la ingenuidad de caer en la trampa. ¡Cómo iba a hacerlo si los paisanos conjurados no pretendían otra cosa que escapar a la tiranía y el miedo de cuarenta y dos años de terrorismo, delaciones y represión!

Aunque fuese más astuto y felón que todos los figurones europeos, es difícil creer en promesas mil veces burladas. Pretendió haber olvidado que sobrevivió porque los EE.UU aflojaron la presión sobre su garganta cuando estaba condenado. Pero la historia no suele brindar segundas oportunidades y él ha agotado las suyas. No ha preservado ningún vínculo ni cultivado siquiera un apoyo estratégico a su pueblo al que desprecia, hasta el extremo de confiar la defensa del territorio y su custodia personal a mercenarios extranjeros. Los tiranos suelen menospreciar la inteligencia de los oprimidos. Ayer mismo, mientras juraba ser despiadado con sus adversarios, prometía benignidad en la victoria y ofrecía generosidad para los derrotados.

Cree que nadie recuerda la secuencia de sus crímenes, simplemente porque sus secuaces silencian las hazañas. Pero ha apoyado a las FARC, el IRA y la ETA; ha financiado acciones terroristas como la llamada Masacre de Munich (1972), la bomba el la discoteca “La Belle” de Berlin (1986), el sabotaje del vuelo 103 de “Pan Am” en 1988 y la explosión del vuelo 772 de UTA en 1989, aparte de sacrificar a miles de inocentes participando en aventuras como la guerra entre Uganda y Tanzania con personajes tan degenerados y siniestros como el antropófago Idi Amín Dadá.

Pero no solo ha sembrado la discordia en el mundo. También ha enfrentado entre sí a sus propios hijos, no se sabe si por torpeza o por cálculo, de manera que desconfíen entre sí y conviertan a su familia en una inquietante viborera. Si desfallece un instante, cualquiera de los miembros de su clan podría estrangularlo o administrarle la ponzoña letal. Y cuando eso suceda, no preservará ni la dignidad en la derrota porque su único aliado es el bocón ridículo, el histriónico bufón de Hugo Chavez. Y él mismo comparecerá ante los jueces que le juzguen, los sicarios que le asesinen, o los mercaderes que finjan ayudarle, vestido con gorra de almirante, plateados galones de conserje y ostentosas charreteras de pasamanería como un portero de discoteca. O acaso ataviado con el grotesco sudario de túnicas doradas, estolas bordadas, capas ampulosas, teñidas permanentes rizadas, o con los tocados estrafalarios, turbantes y sombreretes con que lleva cuarenta años disfrazado de cortinaje.

Quiera el cielo abreviar el trance y que su huída no cueste más sangre ni se cobre mas vidas.


Darío Vidal
20/03/2011


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