martes, 7 de junio de 2011

ADIOS A VICENTE PUEYO


Solía decirle yo, medio en broma pero absoluamente convencido, que aquello no era bueno. Que ponerse a pedalear cien kiómetros –u ochenta-- cada fin de semana era como hacer un “tour” y él se reía con la confiada placidez de los hombres buenos. “Vicente, que te estás matando” --decía para argumentar mi provocación.

Hoy, al saber de su muerte, me siento culpable por lo que se me antoja una premonición macabra, y al releer “La primavera de las cerezas” su último artículo, me parece sentir amargamente el borboteo de su corazón como si no hubiese dejado de latir, más allá de la coincidencia de sus tesis con las mías, expresadas reiteradamente desde que un día de mayo se echaron a la calle sin violencia ni rencor, personas de todas las edades y todos los bandos reclamando honestidad a los políticos, cuyos partidos “harán mal en minusvalorar esta perturbadora pero también esperanzadora primavera de las cerezas”.

Sobrecoge recibir ese último mensaje, como una aspiración altruísta y un testamento, apenas setenta y dos horas después de que haya dejado de alentar, y su cuerpo y su mente, como su acción y su pensamiento, se hayan esfumado en una blanca columna de humo que hace reflexionar en lo que se va y en lo que queda, si queda algo, cuando la tumba o el fuego borran el vestigio de los mortales. Aunque siempre pervive el pensamiento que es lo que más cuesta de olvidar. “Soma, sema”, --decían los neoplatónicos: el cuerpo es una tumba. Pero nadie se ha atrevido a encerrar en tan angosto reducto el vuelo libre del pensamiento. Henri Charrière, el “Papillón” de la novela concebida en una celda de La Guayana francesa, escribía: “He pasado varios años en celdas de castigo, pero nadie ha sido capaz de amordazar mi pensamiento porque he puesto a volar mi fantasía”.

A la vuelta de los años y tras oir volar tus ideas y tus palabras, al poco de ponerte a escribir en “Bajo Aragón Digital” tan recientemente, se torna más penosa tu despedida. No nos damos por satisfechos con tu vida, tan breve, cuando Eduardo Punset y sus sabios nos auguran en “Redes” de TVE horizontes más vastos. Parece mentira que yo pueda escribirte mientras tu te has dormido para siempre.


Dinos. Vicente, si, impedido para la comunicación por tu fogata, eres capaz al menos de escuchar nuestra voz y los ecos de la amistad.

Que goces eternamente de una carretera sombreada y frondosa sin temor a que vuelva a parársete el corazón.


Darío Vidal
07/06/2011



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