jueves, 14 de julio de 2011

Facundo Cabral

Acababa de aludir precisamente a Facundo Cabral hace unos días tan lleno de vida, cuando se acordaron también de él los inmundos esbirros del hampa, los sicarios sondormidos y torpes de la droga. Ojalá no hubiese pensado en él para no atraer sobre sí tanto infortunio.

No reparamos en el misterio de la vida hasta que no topamos con el misterio de la muerte, sobre todo cuando es abrupta e impensada. ¿Qué sentido tiene la fórmula de “ser para la muerte” que acuñó el pesimismo existencialista de la posguerra? ¿Y quién se arroga la potestad de hurtar nada menos que el futuro a un ser que siente y piensa? Un ser contingente y transitorio, un ser mortal, no es quién para disponer de la vida y la muerte de un semejante. Aunque sea más fuerte, aunque porte una pistola o posea poder para ejecutar su propósito.

Pero en un planeta que se sustenta en la dudosa licitud del poder lo mismo que en el yacimiento milenario de Atapuerca, es dificil la empatía. Menos aún si el pensamiento brota de los ritos aztecas de la muerte y se refuerza en los estereotipos de “lo macho” como sucede en la cintura de América, donde los muertitos de mazapán y las calaveras de dulce se integran en la experiencia cotidiana de la muerte y el culto a los difuntos, como si formara parte del horizonte más próximo.

Aunque esa actitud vital no despeja más que una parte de la incógnita ya que la religiosidad medieval resumida en la vocación monástica y la asunción del sacrificio y el martirio no favorecía la delincuencia ni hacía apología de la muerte. Otros ingredientes como la pobreza, las familias dilatadas, la falta de trabajo y esperanza, el alcoholismo endémico, los cárteles de la droga y la tentación de obtener una remuneración con poco esfuerzo actuando de “valientes” condenados a morir, hacen el resto. Pero da la impresión de que las sociedades guatemalteca y mejicana de madres enlutadas y dolientes están a punto de enfrentarse a los señores del crimen, como cuando las atenienses detuvieron la guerra negando cualquier favor sexual a sus hombres algún tiempo antes de nuestra Era.

El duelo por Facundo Cabral ha sido un clamor unánime y, lo que es significativo, mas que ira, repudio o desprecio, ha generado vergüenza. Los bravucones también han sentido que unos patanes cobardes y emboscados le han arrebatado la vida a un inocente, un hombre bueno y no un enemigo que compitiera por su mercancía ni su plata, un poeta que les hacia pensar y les daba la mano, Y que lo han ultimado en la calle como un perro, en sólo un segundo, para siempre y para nada, haciéndoles culpables de su muerte, de las palabras que no pronunciará ya nunca y de las canciones que no podrá cantar jamás. Una villanía que les pesará toda la vida.


Darío Vidal
14/07/2011

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