miércoles, 13 de julio de 2011

La derrota de Europa


Las campanas de las espadañas han tocado a rebato. El Continente se halla en emergencia. No solo Grecia y Portugal sino también Italia y España han disparado sus primas de riesgo, aquella hasta trescientos puntos y nuestra maltrecha economía hasta los trescientos cuarenta. Qué ha pasado en los últimos tres años con el sueño europeísta para que hayamos pasado del rescate de la moneda de Papandreu a sugerir que se le abandone a su suerte. Algo hemos hecho mal y lo sabemos, pero algo no habrán hecho bien los que expedían sus certificados de pureza de sangre. Acaso les faltó fe.

Pero nosotros tendremos que pagar la petulancia suicida de aquel señor de León que quería ser sevillano y la doblez de un cántabro que desea ser presidente. Mas parece que han comenzado tempranamente a pagar uno y otro la penitencia, este veterano en su papel de “clown” o “augusto” bueno si se quiere, y el novicio inestable y petardista aquejado de una indisimulable melancolía.

La ciudad alegre y confiada, el país de jauja, el lugar en el que atan los perros con longanizas y cuyos moradores no han de ocuparse de nada según estos trileros dispuestos a halagar la torpe inclinación a la molicie y la pigricia de aprendices y estudiantes inexpertos, no existe. Pero pueden ser el espejismo breve capaz de arruinar el futuro de una nación. Ni Zapatero ni Rubalcaba pueden reparar ya el daño causado en la generación de la ESO por la ley del mínimo esfuerzo que predicaban. Una recentísima estadística ha desvelado que un millón y pico de españoles de entre veinte y treinta años dificilmente encontrarán trabajo en su vida y se desconoce la suerte que correrán los adolescentes. Se negaron a formarse y aprender ningún oficio, a veces apoyados por sus padres, también seducidos –o abducidos-- por políticos que les propinían aprender idiomas durante el sueño, aprobar el programa sin estudiar y hallar trabajo sin esforzarse, sumidos en la fortuna de una gran tómbola fabulosa, mientres los abuelos –tan anticuados ellos, los pobres-- rezongaban desconfiados que “nadie da nada por nada”, que “a nadie se le ocurre vender duros a cuatro pesetas” y que ellos las pasaron crudas para hallar el primer empleo, o que tuvieron que sufrir un largo “meritoriaje” antes de entrar en la empresa, aunque ahora que somos más finos le decimos “ser becarios”.

Quién había de decirlo. Algunos majaderos que ignoraban a Salustio y Tito Livio se empecinaron en repetir que estábamos “al final de la Historia”. Pero aún queda un ratito aunque “la buena suerte la espalda le ha volteado”. Y ya ven que después de las vacas gordas están tornando las flacas, para enseñarnos que la vida se hace al pasito, con proyectos, fracasos y alguna victoria despues de mucho esfuerzo. Pese a los embelecos de los que mienten para que les voten.


Darío Vidal


13/07/2011


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