miércoles, 6 de julio de 2011

Quitarse de pensar


Igual que en otro tiempo dejé de fumar, ahora quisiera saber cómo “quitarme de pensar”. No creo que sea achaque de la edad sino del buen juicio, porque se me antoja un esfuerzo baldío. Cada vez relativizo más mis opiniones, pues me da la impresión de que son más los que piensan lo contrario. Y tantos no pueden estar equivocados.

No es que reble ni me arredre ni me rinda para acomodar el pensamiento a la bajamar de estas horas. Sencillamente quisiera poseer la lucidez de la humildad sin menoscabo del compromiso ético. Porque únicamente se puede opinar y discrepar desde la solidez del pensamiento, aunque se esté en disposición de revisarlo, pero es inútil empeñarse en una pugna dialéctica con quien no tiene convicciones ni criterio, siquiera para delimitar el campo de juego.

Y he ahí la cuestión. No es que nos comuniquemos en distinta clave sino que no hallamos asidero para establecer un diálogo por culpa de unas insalvables carencias culturales alentadas por los políticos de izquierda y de derecha que jaléan irresponsables la “contracultura” y el descrédito de los valores morales en una sociedad desorientada.

Esta semana, por no ir mas lejos, dos locutores-estrella de un reputado programa radiofónico nacional, preguntaron sin rubor a una oyente que lo mencionó, que quién era Salustio y cuando respondió que fue quien historió la conjuración de Catilina, dijo gallardamente mi otro colega que tampoco lo había oído nunca. Y se quedó tan tranquilo.

La culpa por supuesto no era suya. Pero si en lugar de ignorar la Historia –empeño en que tanto se han esforzado los ministros de Cultura-- la conociesen, tal vez se consolarían pensando que nuestra vieja Roma, la metrópoli de la que fuimos provincia, vivió un pasado glorioso con César triunfante, por ejemplo, y episodios vergonzosos de corrupción, como el que nos cuenta en su historia Cayo Salustio Crispo y los discursos de Marco Tulio Ciceron, ante el Senado de Roma, contra Lucio Sergio Catilina cuando este estuvo a punto de instaurar una dictadura que abortaron las antológicas piezas oratorias estudiadas por todos los retores, gramáticos y políticos del mundo, conocidas como “Catilinarias”.


Pues bien, unos periodistas --supongo-- cuyo cometido principial es dar noticias y difundir y transmitir la cultura, no tienen nada qué aprender de esa enseñanza porque desconocen no solo la anécdota sino también sus personajes, que ni les suenan.

Hay que pensar que Eta, Bildu, Gürtel, Faisán, Jaume Matas, Casinos de Cataluña, Segundo Marey, Chaves con ese, los GAL, la SGAE y tantas historias de malversación, corrupción y crímen, pueden desembocar otra vez en una sociedad eticamente regenerada.


Darío Vidal

06/07/2011





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