jueves, 25 de agosto de 2011

Adios a la Libia verde


Después de un pulso enconado y violento en que la fuerza de las manos engarfiadas hizo subir la tensión hasta el ápice para luego decantarse lentamente del lado de los insurgentes, el brazo de Muammar al Gaddafi fue cediendo tras no pocos reveses, y las tierras secuestradas durante cuarenta y dos años arriaron sus banderas verdes. Por un momento pareció imposible que aquellos duros pastores nómadas pudieran sacudirse el yugo del militar visionario de Sirte, pero frente al sistemático genocidio de la población civil a manos de los mercenarios africanos, los raids aéreos de la OTAN y el bloqueo armamentístico fueron minando la tenaz resistencia del histriónico, pintoresco, travestido, atrabiliario, imprevisible, voluntarista y egocéntrico comandante en jefe.

El huracán sonoro de los cazabombarderos fue disipando el soñado espejismo verde de los trashumantes del arenal desértico, y comenzó a flamear otra vez la enseña de las tres franjas de Idris I en representación de Fezzán, Cirenáica y Tripolitania, que los milicianos han encaramado a lo mas alto de la fortaleza de Bab al Aziziya en las últimas horas.

Entretanto, en un gesto de dignidad o de irresponsable arrogancia, Gaddafi prometía resistir hasta el final y su hijo y heredero Saif al Islam recorría los barrios de la capital diciendo bravuconadas y amenazas, rodeado de los suyos y armado hasta los dientes. Una exhibición inútil cuando el palacio desolado y desnudo era saqueado mientras tanto por las hordas que se llevaban muebles, objetos y libros, tal vez jamás leidos, a sus polvorientas jaimas.

La perspectiva no puede ser más desalentadora para los partidarios, con un Gaddafi prácticamente depuesto, derrotado y desalojado de su propio hogar, que no ofrece progreso, seguridad, tierras, bienestar, libertad, unidad, ni un reparto razonable del petróleo hasta mitigar el hambre y el retraso, o un proyecto de progreso colectivo como los Emiratos Arabes, sino un rencoroso horizonte de “volcanes de lava y fuego”: el mismo programa de terror, miseria y represión con que ha administrado a su gente durante el medio siglo de atraso, esterilidad y estancamiento.

Escuchamos las radios y sus ecos atisbando indicios, en espera de una falsa paz henchida de odio, de una liberación sin alegría y de una victoria sin triunfo. Los dictadores jamas aman a sus pueblos. Gaddafi y su efímera dinastía no son una excepción. Y la riqueza no les ha dado la felicidad sino el aislamiento y el fastidio. Y en ocasiones, la tragedia. De sus seis hijos reconocidos, Saif al Arab ha muerto en un bombardeo de la OTAN; Khammis ha fallecido durante los primeros dias de agosto, y han perecido tres nietos del contumaz dictador. El mundo aguarda ahora la detención del “sponsor” del terrorismo en tres continentes.


Darío Vidal

25/08/2011



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