sábado, 13 de agosto de 2011

La Música como tortura


Amigos, qué disparate, qué basura, qué mal oído, qué incompetencia más provocadora. No soy partidario de prohibir, y erigiría para lema de mi compromiso y mi ejecutoria aquella máxima, convertida en portada muy celebrada de “La Codorniz” --”la revista más audaz para el lector as inteligente”-- en que expresaba su voluntad de prohibir las prohibiciones con la fórmula de “prohibido prohibir”.

Pero concédanme por una vez la incongruencia de abogar por la supresión del la Música –o lo que sea-- como tortura. Ya sé que se puede empezar por ahí y terminar imponiendo el realismo estético socialista de la URSS. Pero dejen que me arriesgue al nuevo Gulag porque lo que acabo de oir es insufrible.

Al parecer, un trío femenino británico, más hábil en la comunicación de masas que en la afinación de las voces, que ha tomado el nombre de Diana de Gales en vano para afanar algunas libras, está rondando por los estudios del Continente, y de las Islas supongo yo, con no sé qué propósito. Si hubiesen sido algo les habría bastado con cantar, pero como no saben ni parecen atesorar ninguna de las facultades que suelen adornar a los músicos, dicen nutrirse de piezas “etno-músico-ecologistas” ¡Toma del frasco, Carrasco!

El caso es que ayer en “Ciento ochenta grados” de Radio-3, se dieron a agredir a los oyentes con la tolerancia, no diré la complacencia, de Virginia Díaz en vista de las desmayadas palmadas que rubricaban las intervenciones.

Desde luego, si concierto es ordenar, ajustar, medir, acordar, contrastar, conjuntar y poner de acuerdo a las partes en función de un todo armónico y bello, lo que estaba oyéndose, al parecer en Sol, era el mas resonante y agrio desconcieto que imaginarse pueda. No se trata de haber o no ensayado; es que jamás debieron estudiar solfeo. No se explica de otro modo, no ya la falta de gusto, sino que entre las tres no dieran una sóla nota justa. Tendría plena vigencia aquel consejo oriental que sugiere callar si no se puede mejorar el silencio.

Si nuestro cometido fuese la crítica, me adheriría al breve texto con que Alfredo Marquerie despachó una función nefasta: “Ayer se estrenó en La Comedia la obra Tal de fulanito de tal... ¿Por qué?”


Darío Vidal
13/08/2011


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