viernes, 30 de septiembre de 2011

El dilema de Bután


El 3 de septiembre escribí sobre el Reino de Bután, su sabio monarca y el sano equilibrio de sus gentes. Pero dicen mis amigos que no tomo partido sobre sus opciones de existencia y que no saben a qué atenerse. A mi me sucede lo mismo, aunque estimo modestamente que los artículos no se han inventado tanto para impartir doctrina como para expresar perplejidades.

Aquel día me refería a una población de 700.000 habitantes felices que pueblan un territorio de 46.500 km, algo así como Aragón, practicando su religión oficial, la "drukpa kagyupa”, una de las ramas más primitivas del Budismo Mahayana en su forma tántrica, que no aspira a la abolición de los deseos sino a canalizar su energía para acceder a la Perfección. Y ahí reside la contradicción engendrada por la fidelidad a la tradición y la aspiración humana de cambiar, que exige un análisis constante del deseo para conciliar lo de antes con la vanguardia. Un perpetuo ejercicio de lucidez, desapasionamiento y equilibrio, que enfrenta a los que consideran que lo mejor es lo último, sin previa reflexión, y los que piensan que no hay nada como lo que heredamos, anclados en la tradición.

Probablemente los dirigentes necesitan todo el discernimento del budismo, que no solo es un estilo de vida en Bután sino que requiere toda la eficacia de la reflexión para hallar un camino que en otras partes hemos errado.

Solo hace treinta años que las carreteras se aventuran por aquellos despeñaderos antes hollados solamente por los yaks. Los relativamente anchos firmes de macadam asfáltico han traído el automóvil y el gasóleo. Hace pocos años ha arrancado la TV; no hará tres o cuatro que los ordenadores deslumbraron con el milagro de la interactuación y están descubriendo ahora las ventajas de la telefonía móvil.

El rey Jimge Dorji Wangchuc contrapuso al Producto Interior Bruto de los economistas, la Felicidad Nacional Bruta ("Gross National Happines”) de sus sabios asesores, que reclama la atención sobre la convivencia entre vecinos y el grado de satisfacción afectiva de la comunidad. Y no es un truco de chistera ni de marketing porque el Rey –el único que posee apellido en el país-- hace tiempo que quiso apartarse del trono para que el pueblo instaurase una república, que no aceptó obligándole a continuar.

Estudian todos inglés y él se licenció en Cambridge, pero habla en su langua nativa, el “dzongkha”, y viste el atuendo varonil por las rodillas, el “gho”, como las mujeres la túnica “kira”.. Compran -poco- y venden -menos- con su moneda, el “ngultrum”. Y no se permite la apología del cristianismo, aunque toleran su culto privado, porque conocen el imperialismo monoteísta excluyente. Son aplicados, estudiosos y tienen el vicio de meditar: por eso saben que lo que no evoluciona, se marchita, y si lo nuevo destierra la tradición, peligra la Cultura.

Ni ellos ni yo sabemos elegir.


Darío Vidal
30/09/2011

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