jueves, 27 de octubre de 2011

Cien años con Joaquin Costa


El profeta Joaquín Costa, el “regeneracionista”, el inconformista, el luchador, el predicador del pan y la instrucción, el “Leon de Graus”, murió este año hace cien, al día siguiente de haber sufrido una hemiplegia derecha que tal vez no le dió síntomas, al reves que su distrofia muscular progresiva de la que tuvo noticia temprana y que le empujó probablemente a rechazar su “obligación” de ocuparse de la gestión de su hacienda como mayorazgo que era, para darse a la política, la economía, el ensayismo, la jurisprudencia y el periodismo, no sin que le turbara un acerbo sentimiento de culpa por lo que estimó una deserción.

Fue un personaje apasionado, idealista, imaginativo, laborioso, tenaz y realista. También fue un solitario dotado de una voluntad de hierro, aunque la determinación no basta para vencer el capricho o los prejuicios de un padre dispuesto a vetar la relación de una hija como Concepción Casas, con un joven “librepensador y anticatólico”. Fue un duro golpe que se sumó a una serie de fracasos profesionales y políticos sobrevenidos a raíz de su cese en la docencia, para apoyar a Giner de los Rios, Nicolás Salmerón y Azcárate, apartados de la Universidad por defender la libertad de cátedra.

Rememorando su figura en este centenario de su muerte, recuerdo a Jesús Vived Mairal, oscense como él y adornado y aquejado de la misma comezón, platicando tantas noches, crítica o complacidamente, de la gente de esta tierra y las singalares coincidencias que marcaron sus biografías. No revelaré las reflexiones de aquellas largas veladas porque le pertenecen a él. Pero constato que ese puñado eximio de soberbios solitarios adelantados son, excluyendo a Cajal y acaso a Goya, individuos que no se sintieron pagados de sí, porque se consideraron fracasados con los suyos.

Cabe pensar en Servet, en Molinos, en Gracián, en Marino Nipho, nadando tenaz y esforzadamente en contra del flujo de las aguas que van siempre aquerenciadas por la gravedad, mientras otros usurpaban sus ideas, plagiaban su trabajo, combatían su talento, intrigaban en la sombra, e incluso se amistaban con la Iglesia o la Inquisición para recluir su cuerpo o amordazar su mente castigando su audacia intelectual, su independencia de criterio y su pensamiento libérrimo.

En ese contexto singular de amor a la verdad y a la libertad, se explica que un personaje tan fructifero y brillante no militase en partido alguno a pesar de su inequívoca vocación política y huyese asimismo de la tentación de fundar uno propio, para no someterse a la exigencia de pactar, a renunciar a la idea por la conveniencia, y a falsear la doctrina para alcanzar acuerdos.

Por eso queriendo europeizar España, murio defraudado, sin alcanzar a ver a su gente volcada en la calle para despedirlo. Aunque cien años después se tiene su pensamiento como una religion.


Darío Vidal
27/10/2011

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