domingo, 30 de octubre de 2011

Miedo de "Difuntos"


Halloween o “all hallow's eve” --víspera de Todos los Santos en viejo anglosajón-- ha degenerado en Norteamérica con la frivolidad que le caracteriza, en la noche de las brujas y los fantasmas. Nuestra sepulcral y atemorizada Noche de Ánimas es ahora la Fiesta del Miedo. El paso del 1 al 2 de noviembre no convoca a los espíritus o las almas –las ánimas del purgatorio--, porque hasta en eso vivimos la cultura de los cuerpos: el “body”. Por eso es un miedo desprovisto de hondura, de magia y de misterio.

Dicen los antropólogos doblados de jefes de ventas y decoradores de grandes almacenes, que la cosa viene de los celtas.

Pero en Manhattan, donde deben quedar muy pocos, no saben entrever el remusguillo de las espaciadas campanadas de la medianoche, el tenue crujir de las puertas entreabiertas en la casa de al lado, el susurro de la corriente helada que mueve como unas hojas de árbol sobre el suelo del desván, el portear inesperado del ventanillo del tejado, el manso ulular del viento que trae a la memoria el de los lobos que comienzan a bajar al llano, o el sobresalto del cenicero que se estrella contra el suelo en algún sitio que no se identifica, sin acertar que puede ser la travesura de un gato burlado por su sombra o el espectro de una rata.

Pero qué sabemos ahora de miedo. El miedo verdadero a trasgos y demonios no se veía mas que en la danza de las velas o se intuía entre el opaco susurro de las telas.

Dudo mucho de que se pueda experimentar verdedero miedo, espanto interior, terror metafísico en un apartamento confortable y bien iluminado. Se lo que es aquello con su helor súbito por el vello erizado en el anochecer otoñal de las grandes catedrales que por cierto ya no existe: porque ahora los inválidos intelectuales le llaman la tarde-noche. “¡Qué dolor!”

Ahora no existe aquel miedo y hemos perdido una dimensión profunda del terror. No sé cuál es peor. Pero son distintos la incertidumbre de Colón; el miedo de Martín Alonso, Francisco y Vicente Yañez, y el de Pedro Alonso Niño, que desconfiaban de la esfericidad de la Tierra en 1492 y temían despeñarse por la gran catarata del “Océanus Ignotus” --el Mar de las Tinieblas poblado por grandes peces, horribles monstruos y espantables seres devoradores de cristianos, en que fueron pródigos los bestiarios renacentistas-- y cosa muy distinta al temor de Armstrong, Aldrin y Collins, tripulantes del Apolo XI, el 16 de julio de 1969. Porque estos habían ensayado mil veces la maniobra, y habían visto a otros animales sobrevivir a ella como la soviética “Laika” y el chimpancé de la NASA que descreían en los demonios.

Por eso, una vez arruinada la inocencia, algunos falsifican el miedo dando sustos –que es cosa muy distinta-- disfrazados de payasos, cadáveres y mamarrachos.


Darío Vidal

30/10/2011


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