jueves, 24 de noviembre de 2011

Estrategia demoníaca


Es dificilmente concebible que el director de una orquesta, un concejal del distrito, el alcalde del pueblo o el presidente de la nacion se esfuercen en minar, romper, quebrantar, debilitar o socavar su terrotorio. Pocas son las ocasiones en que puede observarse tal comportamiento si excluimos los años de gobernación –o desgobierno-- de José Luis Rodríguez Zapatero, con su suicida pretensión de aniquilar el hábitat moral de España.

Hay periodos de construcción y destrucción, de progresión y regresión, de expansión y depresión, de vida y de muerte. Las sociedades, como las personas, no son inertes. Y en esa alternancia de sístole y diástole, de triunfo y de fracaso, hay epocas de edificación y exaltación, y las hay de destrucción, melancolía y aflicción. Pero el caso es que, quien en el oleaje de la Historia no es capaz de construir, termina destruyendo. Por eso en el discurso de los tiempos, emergen gloriosas crestas creadoras (“poéticas”) y senos tenebrosos y abismales.

Acabamos de vivir uno de esos periodos “diabólicos” (“dia-bolé” es el que desune, enfrenta, encona y distancia) y deberíamos esperar otro de concordia y de luz, que excluya a “luzifer” para que el egoismo y la avaricia no prevalezcan en forma de recesión, confusión y primas de riesgo. Pero el peligro no habita fuera. Durante ocho años interminables se ha desarraigado minuciosamente lo que quedaba de los valores que nos eran próximos y desmantelado los paradigmas de esfuerzo, voluntad, trabajo, constancia, sufrimieno, coraje y recompensa. Todo lo meritorio y heróico que ha hecho personas a la gente y admirables a los pueblos esforzados, todo eso, ha quedado devaluado y obsoleto en el ideario de un individuo que se predicaba de izquierdas, y su mentor que no aspiraba mas que a sucederle.

Durante ese tiempo, con el halago de la inercia y la pereza, algún ministro de Educación estableció la ley del mínimo esfuerzo en la escuela y la universidad, sin que causase alarma la pérdida de competencia intelectual de la población discente, ni le preocupase la competencia de otros europeos mejor preparados que llevaría a los nuestros a emigrar, como así ha sido.

Lo que el ministro Rubalcaba pretendía en 1992 era el voto de los padres, complacidos con que los muchachos aprobasen sin trabajar, haciendo trampa a los programas de estudio como si fuera posible engañar a la vida, del modo que a ellos les engañaba el responsable de Educación, que no era un lerdo iletrado sino precisamente catedrético de universidad.

Mas allá del inmediato propósito mezquino, alguien se pregunta cual es la razón de ese derroche de talentos y el dispendio de recursos y dinero del Estado, aparte de la corrupción, y otros buscan una explicación paranóica incluso en las sociedades secretas.

El caso es que resulta dificil explicar tanta simpleza, tanta torpeza o tanta maldad.



Darío Vidal

24/11/2011

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