miércoles, 2 de noviembre de 2011

Por qué no "Don Juan Tenorio"



Hace años corría por ahí un falso pareado con propósito definitorio y un punto ramplón, que tipificaba la melancólica estación de las hojas marchitas suponiendo que “castañeras y Tenorio: / eso es otoño”.

Lo malo es que en los pueblos ya no se comen castañas ni boniatos asados y nadie vacía calabazas para hacerlas vivir con el guiño de las velas. Y en las capitales de provincia han desaparecido las castañeras y no se representan ya en su teatro local --generalmente un “Teatro Principal”-- el drama de Don Juan Tenorio.

Puede que eso haga sentir mas modernos a algunos que confunden la velocidad con el tocino. Pero nada suma cuando se resta. Y como dijo cierto escritor de sutil ingenio, “lo que no es tradición, es plagio”.

La tradición es necesaria en toda comuniudad humana, aunque no sea mas que para tener referencias e identificarse como colectivo y percibir la pertenencia a un “nosotros”. Cuando un grupo se queda sin memoria singular, ha de apresurarse a copiar algo para existir colectivamente. Sé de una capital de provincia cargada de Historia que debe poseer mil tradiciones, desdeñadas porque les paracían vetustas, que se ha puesto a copiar las cruces de mayo, las fallas de Valencia y las procesiones de tambores.

Esa misma desconfianza en el propio valor, que lleva a uniformar y a devaluar también lo plagiado, ha favorecido la implantación de los disfraces de Halloween, casi siempre de tendencia “gore”, torturada y sanguinolenta como sus inspiradores –favorecida por el interés mercantil de los almacenes-- mientras se pierde, o se ha perdido, la tradición secular del drama de Don Juan, en parte por la presión insistente de ciertas feministas radicales, incapaces de ver, más allá del pícaro, la grandeza redentora del amor de una mujer.

Resulta sorprendente que los que han conocido la peripecia de Don Juan y Doña Inés con Don Luis Mejía, “Ciutti” y Doña Brígida, añoren su reposición. Los románticos encarnan valores y contravalores que atañen a la vida y la muerte asumidas como proyecto, logro y veredicto, en tanto que la payasada heredada, que pretende arrinconar el Carnaval renacentista lleno de ingenio y fantasía, se remite a unos “muertos vivientes” que vuelven grotesca la muerte criminal, con degüellos explícitos manchados de cuajarones de sangre, rostros tumefactos, ojos hinchados o vacíos en sus cuencas, horripilantes lenguas de ahorcados y violencia. Violencia siempre. Cómo no vamos a ser violentos si nos nutrimos de violencia hasta la náusea en el cine, la tele, las máscaras, las fiestas, los bailes y la música.

No sería malo olvidarse de lo espurio, sobre todo si degrada, y exaltar el recuerdo de los que nos precedieron, endulzándolo con castañas, huesos de santo y el teatro agridulce de “Don Juan”.


Darío Vidal

02/11/201


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