martes, 29 de noviembre de 2011

Urdangarin el malo


No tengo inconveniente en declarar mi devoción y mi proximidad al Rey don Juan Carlos I. Una afinidad que tiene más valor, supongo, por ser formulada desde una postura no-monárquica. No soy ideológicamente un devoto de la Monarquía, creo que como la mayor parte de los españoles de nuestro tiempo. Pero me ha atraído la figura del Rey.

La monarquía, como todo género de nobleza, se funda en el ejemplo, la excelencia, la competencia, el liderazgo y el valor eminente, más allá de la valentía. Dicen los paremiólogos que “nobleza obliga”. Y alguien que no recuerdo, confirmó que “somos mejores si sabemos que nos miran”. Así es en efecto, desde que los nobles cabalgaban los primeros delante de los peones, arrostrando todos los riesgos y asumiendo los peligros. Ahí se funda también el prestigio de los plebeyos oficiales de infantería de la Legión, audaces hasta la temeridad en el cuerpo a cuerpo y el asalto, tal vez porque saben que les miran. Y en esa exposición, en esa exhibición, en esa disponibilidad, en esa aceptación del peligro en que consiste el heroísmo, radica –si tiene alguno-- el valor de la nobleza.

Don Juan Carlos ha sido “nuestro” porque lloraba de soledad y de nostalgia, siendo niño, alejado de sus padres a su vez desterrados en Estoril, en medio del desamparo de un “cuartel” sin camaradas y sin iguales; porque sentíamos en nosotros las vejaciones del General cuando lo menospreciaba o se adornaba con el collar del Toisón de Oro usurpado a su familia; porque nos dolia su indefensión ante la generala ambiciosa e intrigante que pretendía desbancarlo para hacer reina a su hija; porque ha sido próximo y cercano y, cuando fue preciso, eligió la via democrática el 20-F y renunció a rodearse de una Corte de aduladores y amigos interesados, para conjurar el peligro en que hoy se halla, chantajeado por sus nietos y la esposa de Iñaki Urdangarin.

Maltrecho de salud y fatigado, no merece humanamente el duro epílogo que al parecer le aguarda, después de una infancia marcada por la tragedia familiar, y luego por el sacrificio, la separación y el destierro que tornan ahora en forma de desarraigo íntimo.

Se le veía desde hace unos meses preocupado, taciturno, concentrado. Y todos pensaban que era cosa de su lesión tendinosa. Pero la herida era mas honda. Se había enterado, por lo visto, de la traición de los padres de sus nietos. Y eso les aleja de la familia.

Parece que la asignación para la Corona es diez veces menor que para los presidentes de las repúblicas europeas. Por eso trabajaba también doña Cristina. Pero es difícil de explicar que un personaje como Urdangarin recurriera a vender favores y hacer de “conseguidor” más allá de las actividades honestas, como demuestra la firma que hoy repreducen los periodicos aludiendo a su rango. “Nobleza obliga”.



Darío Vidal
29/11/2011

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