martes, 17 de enero de 2012

Fraga Iribarne


Manuel Fraga Iribarne, el hombrón que se ha apagado la víspera de San Antón, barrido por el mantéo del primero de los Santos de Capa, era un balcón que porteaba. Era una ventolera que podía romper todos los cristales. Una furia desatada capaz de intimidar no ya a los adolescentes misacantanos de “Formación del Espíritu Nacional”, la asignatura que constituía la tríada de las Marías, con la Religión y la Gimnasia, sino incluso a los barbados veteranos que habían vivido el purgatorio de la Guerra.

Don Manuel va a ser la referencia que nos falte a partir de ahora. Como se echan de menos el viejo roble o el vetusto refugio junto a la higuera rumorosa. Pero no lo rememorarán con amistad sino con miedo, que es lo que inspiraba su testa de frankenstein, sus toscos zapatones de segarra y su voz penetrante de mandón. Hablan de la ternura de sus exabruptos y la tolerancia bajo su gesto intemperante. Había personas tan tiernas como mi abuelo Miguel, que actuaban con dureza para que no los creyeran débiles. “Un hombre –me decía el abuelo-- no llora ni con las tripas fuera”.

El primer recuerdo que conservo del ministro fue trepando con paso excesivo por el cerro del castillo de la Orden de Calatrava que convirtió en parador nacional de La Concordia, arrancándolo de las manos de los zagales con el tiempo justo para no dar con él en el suelo. De hecho, aquella hueste asilvestrada nos dedicábamos a contender a pedrada viva para conquistar los torreones. Y ya nada fué como entonces.

Muchos años después, cuando él iba a presentar “Las Leyes”, obtuve la promesa de que tendría unos minutos para mi. Preperé concienzudamente la entrevista, pero antes de que apareciese, comencé a ver colegas con aire de “yo pasaba por aquí...” ¡Traición! Le afée su falta de respeto a la palabra, no sé cómo, pese a su aire jupiterino y el pasmo de su equipo. Y dije arrogante que no me interesaba lo que pudiera decirnos en manada.

Volvió a pasar el tiempo y se puso a organizar Alianza Popular. A mi no me conocía. Regresaba de Londres con su impecable bombín inglés y sus ostentosos tirantes con la bandera española.

Y mientras andaba yo metido en una campaña sobre la desaparición de obras de arte, metido en pesquisas de detective, convocó el “Premio de Periodismo Fraga Iribarne”. Me presenté sin decir nada para ahorrarme el bochorno de la derrota, pero los colegas hablaban de mí. Dos dias antes de la fecha, me llamó el secretario del certamen: “No puedo callarme más: te hemos otorgado el premio por unanimidad. Pero sé discreto"

Aquella noche noté en el rutilante Palacio Nacional de Montjuic que algo pasaba, o mejor, que algo no pasaba. Y al levantar las copas para brindar, lo hicieron por Carlos Sentís Anfruns, premiado por unanimidad. Para mi que Don Manuel me conoció.



Darío Vidal
17/01/2012



No hay comentarios:

Publicar un comentario