lunes, 9 de enero de 2012

Hawking, la fuerza del espíritu


He sentido siempre devoción por Stephen Hawking, ese catedrático de Matemáticas de la facultad de Física de Cambridge al que le heló la sonrisa y la expresión la esclerosis lateral amiotrófica diagnosticada en 1965 cuando andaba ya apoyado en un bastón, con un pronóstico que no le permitía hacer proyectos para mas allá de tres años.

Y no se sabe que resulta mas admirable si sus hallazgos cosmológicos sobre el Big Bang y los agujeros negros o sus esfuerzos por asociar la teoría de la relatividad general de Einstein y la física cuántica que parece contradecirla. Reconozco que no he leído mas que su “Breve Historia del Tiempo” pero pienso que es sufciente para mis entendederas.

Lo más difícil de entender es su coraje. Aquellos tres años en capilla de 1965 han alcanzado a 2012. Ésta semana ha cumplido los setenta años, ha engendrado tres hijos y tenido tres nietos mientras perdía vigor físico y le dejaban las fuerzas, abandonado como un guiñapo o una percha sobre una silla de ruedas sin poder teclear ya en el ordenador ni articular sonidos, en espera de que su glotis le impida tragar o carezca de fuerza para respirar. Es como si pretendiese alcanzar la “antimateria” que los fisicos están buscando.

Pero este ser sobrenatural, este hombre desencarnado y puro espíritu, no vive la existencia como un drama sino como un reto y una porfía por resistir hasta entender el argumento del Universo. Mientras el cuerpo languidece, parece que su inteligencia se ensancha y agranda hacia las estrellas. No piensa en la muerte en la que se diría que no cee: hace unos días buscaba un asistente para que dé mantenimiento a su silla de ruedas, actualice su página en Internet, organice su agenda y ejerza de portavoz ante los medios de comunicación. Tal vez porque, como no-creyente, pretende llenar de contenido cada instante. Y piensa que, así como hemos aprendido a desplazarnos a la velocidad del sonido, cuando consigamos hacerlo a la de la luz, podremos vivir en el futuro.

Precisamente cuando estaba escibiendo “Breve Historia del Tiempo” en 1982, sufrió una neumonía grave y los medicos sugirieron desconectarle el respirador, pero su primera esposa y madre de sus tres hijos, Jane Wilde, lo mudó de Hospital donde le practicaron una traqueotomía, con lo que perdió también la capaciad de hablar pero no “la voz” como nos demuestran sus numerosos hallazgos desde entonces, hasta alcanzar a jubilarse en 2009 de la Universidad en que enseñó su asignatura Isaac Newton (1643-1727) y continuar investigando al cumplir setenta años ayer 8 de enero de 2012.

Miembro de la Real Socidad de Londres, de la Academia Pontificia de Ciencias, de la Academia de Ciencias de EE.UU, premio Principe de Asturias y de la Orden del Imperio Británico, es doctor honoris causa de 12 universidades. Y le deseamos muy pronto, Nobel.


Darío Vidal
09/01/2012

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