miércoles, 29 de febrero de 2012

Fabricantes de guerras


Antes referían las batallas los cronistas del rey que vencía; ahora lo hacen los periodistas : por eso el Poder trata de que no sobrevivan cuando entran en conflicto las palabras y los hechos. Alguien ha dicho que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad.

Y no digamos cuando coinciden las “verdades calumniosas” de enemigos entre sí. Por ejemplo, en el Desastre de Cuba, EE.UU apetecía la isla y quería comprarla a España. Los yanquis alentaron entre los “tagalos” y los criollos la revolución colonial a través de sus agentes, con despliegue gráfico de agresiones y matanzas de los españoles contra turistas americanos, y abominables violaciones de señoritas por los famélicos y hambrientos soldados españoles de reemplazo. Se dijo que era la primera vez que los periódicos habían ganado una guerra. Luego ha habido otras. Pero el caso fue que los magnates de la prensa amarilla e “intimos enemigos” William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, entrevieron una mina de oro en el conflicto y mandaron dibujantes a la zona. A los tres o cuatro días el dibujante Remington cablegrafío desencantado:“Aqui todo está el calma, Jefe; aquí no va a haber guerra”. “¡Cómo que no va a haber guerra! Usted haga dibujos que yo pondré la guerra”.

El 15 de febrero de 1898, el acorazado “USS.Maine” estalló con 256 hombres a bordo, dos de ellos oficiales, en el puerto de La Habana. Tenía un enorme boquete desde el interior que lo llevó pronto a pique, y es dificil entender que una acción se llevase a cabo desde dentro burlando la vigilancia interior y exterior de la marinería. Pero Paris bien vale una misa y además todos los marineros reventados eran de tercera clase. Pasados 112 años se ha descartado un sabotaje de los españoles pero los objetivos se habían cumplido. Igual que el batallón de infantería de marina, integrada por negros, hispanos y chicanos donde se probó con notable éxito la bomba atómica en el desierto de Nevada. Una sensible pérdida.

Claro que esa fue una práctica habitual. Antes, cuando el coronel Custer intercambiaba armas y mantas emponzoñadas con estreptococos de escarlatina, sarampión, varicela o rubeola, incluso los indios adultos morían ya sin necesidad de que en 1876, el 7º de Caballería gastara munición en la batalla de “Little Big Horn”.

Los cronistas oficiales no suelen hacer referencia a los días pasados sin comer, las noches de alarma sin dormir o intentando descasar abrazados al fusil con el machete envainado y las cartucheras puestas. Tampoco del calzado de esparto porque alguien se comió el presupuesto y los asaltos sin munición, o el albur de enviar unas cuartillas desde una trinchera. Desde aquí rindo homenaje a mi otro abuelo Vicente Zaurín Morera, sargento de caballería y superviviente de Cuba, muerto hace poco, cuando él quiso.


Darío Vidal
29/02/2012


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