martes, 7 de febrero de 2012

La quiebra del instinto




Se ha dicho que a todo lo que no sabe explicar el hombre, le llama Dios. Y me parece un pensamiento ingenioso y hasta puesto en razón desde nuestra humana indigencia. Personalmente creo en la divinidad, aunque no me atrevería en ningun caso a definirla. Porque nunca lo abarcado podría definir lo abarcable –o lo inabarcable--, del mismo modo que el contenido es impermeable al continente. Lo particular únicamente puede referirse a lo universal en términos de parábola, de metáfora, o de un imaginativo “como si”. Y eso no equivale a definir.

Estos días hace frio. Pero hemos perdido el instinto y la memoria del frio. En otros tiempos habíamos visto pastores arrebujados en una pobre manta del Ejército, porque entonces se había perdido incluso el relativo corfort del “espaldero” de piel de oveja o de cabra con que se protegían antes del cierzo, la lluvia y la ventisca.

Estamos perdiendo incluso el instinto de lo elemental. Nacesitamos un manual de instrucciones para atender nuestras demandas. Nunca antes se nos hubiese sofocado nadie en un recinto, como ahora los bebés en el interior de un coche cerrado. Necesitamos un manual de instrucciones para el frio, el calor, la nieve y la subsistencia; para apagar una fogata en el campo; para alejar los polos del cable eléctrico; para apartar el cuchillo que puede herir y alejar la base del PC con objeto de que no nos produzca quemaduras en los muslos, como leí perplejo hace unos años, mientras ciertos letrados carroñeros sobrevuelan los sucesos, para cargar a la cuenta de las herramientas y las máquinas, la culpa de nuestra estupidez. Igual que los que achacaban la culpa del cáncer a Phillip & Morris y Chesterfield como si no hubiesen oído jamas una advertencia sobre el tabaco.

El paso de los años parece habernos alejado de la experiencia. Y el corte de digestión y la hidrocución han dejado de estar inscritos en el repertorio de peligros instintivos de las digestiones veraniegas. La memoria genética, que es en lo que debe consistir “el instinto”, parece que está adelgazándose al revés de lo que había sucedido hasta ahora. Para un comportamiento basado en lo artificial ya no necesitamos el instinto. Por la misma razón, han decaído las palabras de origen rural que daban nombre a los aperos y las labores del campo, y otras que apenas tuvieron significación en nuestra fantasía, como mucha de la terminología periclitada de los “miasmas” que, según se creía, eran efluvios malignos que desprendían los cuepos enfermos o corruptos, o, en el otro extremo, el “osmózomo” que era el principio sápido que da perfume y sabor a las carnes asadas, según el gastrónomo Brillat-Savarin. Mientras se desvanecen las nacidas del Ocultismo y aparecen otras como el “Necronomicón”, libro apócrifo de la magia de los muertos de H.P. Lovecraft.


Darío Vidal
07/02/2012

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