lunes, 20 de febrero de 2012

Martes de Carnaval



No entiendo --claro que nadie va entendiendo nada-- que vistamos a los niños de máscaras. Los niños han sido siempre la inocencia, el candor y, sobre todo, la sinceridad. No es cierto que los niños mientan; los niños sólo fantasean. No extrañe oirles decir que tienen un amigo con el que hacen los deberes en casa, ni que hablen con alguien en su habitación. Yo, por no ir más lejos, tenía dos: un tal Antonio y un Fernandito con quienes jugaba y mitigaban mi desamparo de niño solo.

Al niño lo enrolan en el Carnaval sin embozo ni antifaz porque juega a travestirse; el adulto se disfraza para ocultarse y confundir. Se cubre el rostro cuando conoce la tentación y la lujuria como hacían los sumerios hace muchísimos siglos al salir del invierno, y luego los romanos con las fiestas “bacanales” para celebrar al dios de la vendimia y las “lupercales” honrando al dios Pan y al fauno Luperco (“lupus”) azotando a las mujeres con tiras de cuero (“februa”, de ahí febrero) de estos animales, para que se purificasen y fuesen fértiles alternando la dicha con el dolor. Desde ese punto, el gozo primaveral del ocaso del invierno se bifurca a lo largo de la Edad Media hasta el delicado cortejo renacentista veneciano de disfraces fastuosos, que desemboca en el desenfrenado y lúbrico Carnaval de Rio en el Brasil de las escuelas de samba, y la “Rua” tinerfeña de ahora mismo. Y del otro lado, la ruta de la cristianizada Carnestolendas, que proscribe “la carne” en su más amplia acepción y ha representado la tradición mas tosca del libertinaje sexual, desde la clave implícita del lobo, el perro y el cabrón primigenios, se fijó en manifestaciones aparentemente mas ingenuas y alejadas de lo obsceno, como los Carnavales aragoneses.

Al margen del renacer último, en que han desfilado torneadas chicas en biquini con riesgo cierto de neumonía –merece tanto respeto la fantasía como abuchéos el plagio--, siguen prosperando las celebraciones de mayor solera secular, como las que se han consolidado a partir de ritos pre-cristianos como los del Sobrarbe que constituyen un tesoro antropológico valiosísimo, tal que en Boltaña, Jánovas y Broto; el de Bielsa con sus onsos, madamas, caballers, garretas, el ajusticiao Cornelio Zorrilla probablemente añadidos, y sobre todo sus temibles e impresionantes “trangas”, hibridos de hombre y de macho cabrío que remiten seguramente al Neolítico; o el Tenedor de Torla que trae encadenado al buco de Ordesa; el Muyen de Gistain que es ajusticiado el Domingo de Piñata; el Peirot de San Juan de Plan vestido de andrajos y pidiendo para la fiesta hasta su quema en la Plaza mientras los mayordomos y las madamas bailan vigilados por “lo Melitá” para que no se propasen, y El Carnúz de Nerín quemado tras el baile en medio de una gran “esquillotada”. Todo un repertorio de castos Carnavales, o no tanto, y chivos expiatorios que demandan estudios e interpretación antropológicos.


Darío Vidal
20/02/2012

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