martes, 21 de febrero de 2012

Resaca de Carnaval


Hablando estos días del pecado de la carne y la inclinación a sucumbir a él por efecto de las prédicas sobre los peligros del Carnaval, se viene a la memoria aquel sabio dominico llamado fray Alberto Magno, que fue teólogo, alquimista, mago hermético, moralista, astrólogo y humanista entre muchas otras cosas, en los aledaños del año mil, y que fue tan agudo que se atrevió a tratar nada menos que de las señales de la pureza en las mujeres, aunque no dijo nada, que yo sepa, de las causas de su litigio y pugna con los hombres.

La mayor parte de las agresiones y sevicias, de los castigos e intrigas que sufren y se administran hombres y mujeres actuando de verdugos o de víctimas en el diálogo del amor o la tortura, tienen su origen en los celos generados por el señuelo de la atracción, alentado en ocasiones de manera audaz e irresposable por la sospecha y la duda inspirados en la coquetería. Un mecanismo infernal que desencadena muchas veces lo que ahora se da en llamar violencia de género.

En el trance de la fascinación, los machos no rehuyen la confrontación por la competencia si perciben signos de receptividad en la hembra, y acuciados por el instinto primario, actuan irreflexivamente según el patrón descrito para el depredador por Ortega y Gasset, quien sugiere que la única respuesta coherente ante un ser que huye, es perseguirlo. Así el cazador y la pieza, y el hombre y la mujer, desempeñan su destino etológico.

Pero el mito de la virginidad valoró la castidad reglada, aun a despecho del “Amor Cortés”, y los amos de la finca preservaban la ilusión y la prole de merodeadores y juglares, con tan toscos modales como el cinturón de castidad que cuidaba de su propiedad cuando iba de contienda y cabalgada.

Así es que las brujas se aplicaron a reparar carnavales y a veces “virgos fiambres” de los que tanto se burló Francisco de Quevedo, pasando el testigo del fraile en lo de conocer la influencia de los astros sobre el cuerpo humano y el de los animales, y las propiedades de las hierbas y las piedras preciosas.
La última noticia que tuve de una sanadora, fue en Hispanoamérica de la mano de una socia que preparaba ungüentos para vender varias veces el material deteriorado. Utilizaban ambas el sigilo, la cautela, el artificio y el secreto, previniendo la indiscreción como en los abortos porque la clientela no tenía buen perder y los hombres podían andar con las pistolas si se ponían bravos.

Pero el tiempo despojó de toda la magia las artes de Celestina, y una vez desvelado el misterio, ya no se impetra el favor de Dios ni las mañas del diablo porque esas labores se han convertido ahora en cosa de cirugía estética y reparadora (válganos Dios) mientras ciertos anti-sistema predican una sugerencia tan falaz como atrayente: “La virginidad produce cáncer: vacúnate”.

Dónde queda, señor, la sutileza del Carnaval.


Darío Vidal
21/02/2012


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