Parece que
es la hora propicia de los milagros. Se niega el trabajo a los
demandantes del “Inem” después de que la fortuna se muestre
esquiva con los que han apelado a los amigos, los conocidos y los
vecinos. Y a medida de que remite la esperanza y se recurre a la
intercesión de los santos, algunos “border line” piensan
ya, como el Tenorio, que “si Él sus puertas me cierra / de mis
pasos por la tierra / responda el Cielo y no yo”.
No apelo a
argumentos morales ni pretendo hacer de esta reflexión una homilía:
que cada ejecutante toque su instrumento. Quisiera siemplemente
aplicar la cordura para adoptar soluciones de más largo recorrido,
para que todo el mundp aprenda a pescar y no se resigne a coger los
peces que otros les regalen, a condición de que sean buenos y se
portan bien. Abogo por el trabajo, el esfuerzo y la dignidad, y
deploro la dádiva que vuelve servil, porque esclaviza y envilece.
Por eso me opongo con todas las fuerzas al albañal de “Las Vegas”
en España. Basta ya con la de Nevada.
No se de
nadie que haya ideado soluciones, experimentado técnicas
quirúrgicas, explorado recursos, ni mejorado a la sociedad desde una
sala de juego. Tampoco ha aprendido en esas aulas la abnegación, la
solidaridad ni el esfuerzo. Nada salvo el lucro a toda costa, el
engaño, la trapacería, el descuido y el guinde se enseña en tales
escuelas. Virtudes todas que aprendemos casi siempre a lo garduño y
sin maestros .
Que juegue
quien quiera en su tugurio; que actue al acecho el descui-dero; que
desplume el trilero con su trile; que se huelguen con sus timbas los
ludópatas y que goce, sufra y ría el hampón en buena hora, porque
hasta el diablo tiene sus ámbitos y sus tiempos , pero el Cielo
impida que se afinque a menos de cinco mil leguas el que, por
debilidad, avaricia, usura o mala inclinación, cultive la desgracia
de los otros a conciencia de su culpa.
No confío
en que los españoles consigan ser “justos y benéficos”
cual deseaba la angélica Constitución de Cádiz en
1812. Pero aún admitiendo el beneficio del libre albedrío cuyo
ejercicio da valor a nuestros actos, tampoco es cosa de exhibir la
lista completa (“et no nos inducas in tentatione”) ni el
repertorio de posibilidades para explotar y burlar a nuestros
prójimos.
Se entiende
que una nación jóven, alumbrada apresuradamente en el desierto y la
frontera, tenga peculiaridades como la Ley de Linch, el Jurado, la
autoridad incuestionable de una figura como el “sherif” y una
democracia “sui géneris” mal copiada de la británica.
Pero los
que tenemos canas hasta en el sobaco, no debemos copiar el ensayo
institucional de un adolescente. España no necesita el aliciente –y
menos en la crisis-- de un negocio que estimule el azar y no el
trabajo,
“Las
Vegas” no es “Disneylandia”.
Darío
Vidal
07/03/2012
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