¿Qué
hacer?, nos preguntamos ahora. Los “gurús” de la
Economía nos han instalado en una disyuntiva sin salida como aquella
del viejo cantar, que “si me miras me matas, y si no me miras,
muero”. Es una situación que
niega la esperanza y atemoriza porque desemboca en lo que los
filósofos llaman una “aporía”.
La
actividad económica nos lleva a la catástrofe, pero la inactividad
nos condena a la parálisis. Por ello nos urge la esperanza. Es
preciso entender y creer, e indispensable ponernos todos a la tarea.
Porque esta no es sólo misión de los teóricos. Mas para aunar
voluntades es imprescidible conocer el camino. Moisés ignoraba la
senda pero sabía a dónde ir, y ello justificaba el riesgo, el
hambre, las penalidades y el peligro.
Por
ello, cuando después de la estúpida inconsciencia de los brotes
verdes, se ha reconocido, como es sensato, que estamos al borde del
abismo, el señor Rajoy tiene que esforzarse en hallar un camino y
proponer unas metas que cumplir entre todos, viendo lo por venir y lo
que queda, que es como se construyen las naciones, los partidos y los
equipos de fútbol.
Pero es
también necesario que ilusione con su proyecto. No basta con pedir
sosiego y sacrificio. ¿Qué podemos hacer los de infantería, señor
presidente? ¿En qué podemos ayudar? Bien está atreverse a
formular un diagnóstico, pero el pensamiento tiene que acompañarse
con la acción para ser operativo y eficaz. De ahí la necesidad de
la esperanza.
Mas la
espera supone la viabilidad de un proyecto. “Lasciate ogni
speranza”,-- advertía Dante a los réprobos cuando se
encaminaban a la puerta del Infierno. Abandona toda esperanza. De
aquí en adelante toda la vida estará teñida de gris y carecerás
de deseos, de ilusión y de futuro. Es la maldición mas atroz que
quepa formularle a un humano. Es el dramático proyecto de un
agonizante para conformarlo a morir.
Para
motivarnos a vivir hacen falta psicólogos mas que economistas. Un
conocido empresario formuló esa carencia en 2011, diciendo que “hoy
estamos peor que ayer y mejor que mañana”. Una profecía
–¡Dios no lo quiera!-- capaz de poner espanto en el ánimo mejor
templado.
Estamos
instalados hoy en una aporía –un camino sin salida lógica-- que
parece irresoluble si no derrochamos ingenio, imaginación y audacia.
Y coraje, y
entusiasmo, y pertinacia, y fe. Como el viejo Zenón de Elea al
“demostrar” que el veloz Aquilex nunca ganaría a correr a una
tortuga, ateniendose a la silogística. Ahora tenemos que profanar
todos los dogmas sin errar una sóla vez, para romper el imposible
nudo de la aporía e invertir ahorrando y guardar gastando. Ahí es
nada.
A ver quien
me ata esa mosca por el rabo.
Darío
Vidal
08/03/2012
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