Cuentan
que, cuando un Jueves Santo de los años veinte se acercó a Alcañiz
don Miguel Primo de Rivera no se con qué propósito, algún edil
adulador y oficioso contrató a unos “flamencos” traidos de no sé
dónde para que cantasen unas saetas desde los balcones de la plaza
Mayor. Pero la gente del pueblo, que percibió aquella “juerga”
como una profanación del respetuoso silencio de los penitentes, la
emprendió a gorrazos con aquellos “espontáneos” y tuvo
que intervenir la fuerza pública para reducir el bravo motín. Es
una pena que la propia Administración del Estado no haya llegado a
entender la pluralidad de talantes de las Españas, donde unos
conocidos pueden gritarse “hijoputa” en prueba de amistad,
mientras en otro lugar u otro trance esa expresión significa un reto
a muerte.
Ni
la ignorancia de la Eso ni el paso de los años parece habernos
acercado a la comprensión de los dispares talantes españoles. Un
aragonés puede vincularse a un disímil gallego y aún hermanarse, y
un morisco valenciano de porte suntuoso asociarse a un andaluz si
tienen suerte, pero que nadie ose confundir un pueblo con el vecino
porque en ese punto la afinidad puede tornarse tumulto y herejía.
Solo a un registrador gallego como don Mariano Rajoy, capaz de
conciliar la pertenencia a una “aldéa”, un “concello” y una
“parroquia” mansamente, puede ocurrírsele la provocación de
despojar a un pueblo de su municipio sin prever el sordo rencor de
los despojados. Ríanse ustedes del motín de Esquilache.
La
iniciativa mariana tiene la ventaja de generar mucho ruido aunque
coseche pocas nueces, porque el alboroto distrae siempre y hace
suponer que se hacen muchas cosas: cosas sonadas. Aunque nada cambie.
En
los vastos despoblados de esta tierra probablemente hay poco que
hacer, pero la infraestructura administrativa copiada por pereza de
las áreas de aglomeración, deben corregirse para elegir entre
Municipios, Comarcas Diputaciones y Provincias, adecuando los medios
a la tarea. Por no hablar ya de las Autonomías, con su pueril boato
provinciano, cuya efectividad se ha desvirtuado con la triplicidad de
cometidos, la proliferación de funcionarios y recursos, y la
aspiración pueril de reproducir un Estado pequeñito, contradiciendo
el principio fisiológico de que “la función crea el órgano”
y logrando que se créen órganos sin función y por tanto inútiles,
con presupuestos innecesarios, personal subempleado, “mobbing”,
intrigas, y todos los vicios de un colectivo que carece de ocupación
y pierde la percepción de la realidad contemplando su propio
ombligo.
Puesto
que hay que ajustar las costuras, ajústense por donde deben. No
basta con que el seis por ciento fuese el ocho por ciento. Lo malo es
que el nuevo gobierno comience ya a mentir.
Darío Vidal
12/05/2012
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