viernes, 16 de marzo de 2012

La impunidad es fraude


 Cuando los madrileños aún eran “gatos” y más ocurrentes, saludaban la presencia del valido de Carlos de Gante, Guillermo de Croy o alguno de sus alguaciles, --entrando en la Corte como jenízaros para retirar las monedas de oro--, con esta devota jaculatoria: “Gúardeos Dios, ducado de a dos: que el señor de Chevres no tope con vos”.
Bien está, don Mariano de mi alma, que hayamos de ahorrar no ya sólo ducados sino incluso maravedíes y aún “chavos morunos” de los que he visto rodar por Aragón, y puede que sea preciso excusar dispendios aunque enfade. Bien está ser prevenido, mas, según parece, no nos queda ni un real de vellón.
Bien estuvo la advertencia de los sacrificios venideros aunque no mejoró el gesto gallardo y valiente de augurar la sangre, el sudor y las lágrimas que vaticinó Churchill; aunque lo entendimos todo. Lo que no comprendemos es por qué el cauteloso don Mariano amaga cada día con un nuevo castigo.
No soy quién, para advertir a presidentes avisados de por dónde sopla el viento, ya que no he pretendido nunca una presidencia aunque me hubiera servido de humilladero y enseñanza cierto lance que pasé una tarde estival a propósito de unas huebras en barbecho y el “aladro” que un amigo decía emplear. No sé por qué, cometí la grosería involuntaria de sugerír que sería mejor decirle “arado”, tal vez confiando en nuestra amistad infantil, la soledad y el hablar quedo. Pero el tipo se me quedó mirando de hito en hito: “¿Cuantas veces has labrado tu?” “¿Yo? Ninguna”-- respondí sorprendido. “Pues mientras tanto ¡aladro!” --zanjó la cuestión.
Decía que no soy quién para vender consejos. Pero amenazar cada día con un nuevo descalabro mina la confianza en el Gobierno. Son tan nocivos aquellos brotes verdes como estas invocaciones a la penitencia. Pero es peor que la firmeza actúe en sólo un sentido y, después de anunciar justicia, decida alguien que no va a investigar el crimen terrorista del 11-M, una sangrienta hecatombe, no de ganado sino de seres pensantas, sufrientes, existentes con conciencia de futuro y con Historia. No solemos pensar. No suelen pensar como humanos. De otro modo, los ministros y los jueces percibirían que pasar por encima de determinados crímenes, les contaminan; que no es posible desentenderse de las cuestiones de conciencia, porque nos incumben hasta el punto de hacernos cómplices.
Un pueblo puede sacrificarse por un proyecto, por una idea o por una causa que estime justa, pero se rebela colectivamente ante la injusticia y la prebenda. Pudiera sufrir incluso las penalidades que le impone el fraude del cual no es culpable, si percibe una inspiración ética. Pero no está para aguantar mucho más.
Darío Vidal
16/03/2012

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