Cuando
los madrileños aún eran “gatos” y más ocurrentes, saludaban la
presencia del valido de Carlos de Gante, Guillermo de Croy o alguno
de sus alguaciles, --entrando en la Corte como jenízaros para
retirar las monedas de oro--, con esta devota jaculatoria: “Gúardeos
Dios, ducado de a dos: que el señor de Chevres no tope con vos”.
Bien
está, don Mariano de mi alma, que hayamos de ahorrar no ya sólo
ducados sino incluso maravedíes y aún “chavos morunos” de los
que he visto rodar por Aragón, y puede que sea preciso excusar
dispendios aunque enfade. Bien está ser prevenido, mas, según
parece, no nos queda ni un real de vellón.
Bien
estuvo la advertencia de los sacrificios venideros aunque no mejoró
el gesto gallardo y valiente de augurar la sangre, el sudor y las
lágrimas que vaticinó Churchill; aunque lo entendimos todo. Lo que
no comprendemos es por qué el cauteloso don Mariano amaga cada día
con un nuevo castigo.
No
soy quién, para advertir a presidentes avisados de por dónde sopla
el viento, ya que no he pretendido nunca una presidencia aunque me
hubiera servido de humilladero y enseñanza cierto lance que pasé
una tarde estival a propósito de unas huebras en barbecho y el
“aladro” que un amigo decía emplear. No sé por qué,
cometí la grosería involuntaria de sugerír que sería mejor
decirle “arado”, tal vez confiando en nuestra amistad infantil,
la soledad y el hablar quedo. Pero el tipo se me quedó mirando de
hito en hito: “¿Cuantas veces has labrado tu?” “¿Yo?
Ninguna”-- respondí sorprendido. “Pues mientras tanto
¡aladro!” --zanjó la cuestión.
Decía
que no soy quién para vender consejos. Pero amenazar cada día con
un nuevo descalabro mina la confianza en el Gobierno. Son tan nocivos
aquellos brotes verdes como estas invocaciones a la penitencia. Pero
es peor que la firmeza actúe en sólo un sentido y, después de
anunciar justicia, decida alguien que no va a investigar el crimen
terrorista del 11-M, una sangrienta hecatombe, no de ganado sino de
seres pensantas, sufrientes, existentes con conciencia de futuro y
con Historia. No solemos pensar. No suelen pensar como humanos. De
otro modo, los ministros y los jueces percibirían que pasar por
encima de determinados crímenes, les contaminan; que no es posible
desentenderse de las cuestiones de conciencia, porque nos incumben
hasta el punto de hacernos cómplices.
Un
pueblo puede sacrificarse por un proyecto, por una idea o por una
causa que estime justa, pero se rebela colectivamente ante la
injusticia y la prebenda. Pudiera sufrir incluso las penalidades que
le impone el fraude del cual no es culpable, si percibe una
inspiración ética. Pero no está para aguantar mucho más.
Darío Vidal
16/03/2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario