No se
ofendan los juerguistas, que el adjetivo está puesto en razón. La
huelga, aunque se escriba con mayúsculas, proviene del verbo
“holgar” que significa “sobrar algo” en primera
acepción; “estar ocioso” y “descansar
divirtiéndose”. Aunque tiene también la misma raíz que
“holgazán”, que es el poco inclinado al trabajo. Aunque
la huelga toma un atajo menos pasivo, si se aspira la hache y
se relaja la ele como los andaluces, y se vuelve una actividad
jocunda y gozosa como la “juerga” propia del juerguista.
Por eso las huelgas son una comunicación entre iguales y tienen un
aire festivo si no las monopolizan los “comandos” que siempre
estorban.
Nadie
piense que voy a predicar contra la huelga. He secundado con
frecuencia huelgas, encierros y manifestaciones cuando eso era
difícil, pero siempre sin barras, palos, bates ni gasolina, como la
mayor parte de los que se manifestaron ayer cívicamente. Mi trabajo
o mi holganza han sido fruto de una opción personal y libérrima.
Pero cuando algún capataz ha pretendido convertirme en manada, me he
dado la vuelta.
Los
capataces incendiarios barceloneses, muchos de los cuales han sido
identificados como el comediante Guillermito en Madrid, --no voy a
hacerle la publicidad que mendiga-- debieran estar guardados
mientras las personas normales se expresan, o dejan de hacerlo, en
las calles, las oficinas o los tajos. Sospecho que les tiene sin
cuidado mi punto de vista, pero aún así he procurado guardar
silencio hasta pasado el evento, porque nunca me perdonaría haber
contribuido a que se equivoquen. Para meter la pata se basta uno
mismo. Y para acertar, también. Como ven, pienso lo contrario que
los políticos al uso y los capataces de manada, porque creo en las
personas.
Después de
decir esto, debo manifestar que no respaldo los recortes, que me
parecen injustos; que la situación en que nos han metido otros
habría de resarcirse con su peculio y –supongo-- que sus
cuantiosos ahorros, porque hasta el Cristianismo supedita el perdón
a la devolución de lo robado, y que respaldo la iniciativa de que
ninguna institución se endeude por encima de sus recursos, aunque
sea “por el Partido”. Por supuesto que exigiría las
responsabilidades penales pertinentes a todos los gestores públicos,
aunque no fuese mas que para evitar la impunidad de los sinvergüenzas
como aquel alcalde que, después de robarme una finca de mis
bisabuelos para redondear cierta operación urbanística, me dijo
cínicamente: “Si quieres, queréllate contra mí, pero ya sabes
como anda la Justicia y yo ya no seré alcalde”.
Sinembargo
y pese a esos argumentos, no he secundado la huelga porque, como no
se enmendaron las cosas a su tiempo, ya no sirven las medicinas:
ahora hay que recurrir a la cirugía. No podemos hacer como los
médicos del primer tercio del XX, que empezaban recetando purgas y
sangrías debilitantes. Si apelamos a la huelga nos enterrarán.
Darío Vidal
30/03/2012
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