Alguien
dijo que, en éste país nuestro, resulta más fácil morir por la
Patria que vivir para la Patria. No sé cuántos serían capaces de
arriesgar su vida por ese concepto fascista y en desuso (”Digne
et decorum est pro Patria mori”) sin embargo yo me reconozco
incapaz de ponerme en peligro por el Estado español, porque me daría
la risa. ¡Quién va a exponerse por el Ministerio de Fomento o el
Cuerpo de Correos como harían –o no lo harían-- nuestros
nacionalistas!
La Nación
es ya otra cosa, porque, como sabemos todos desde hace unos años,
una cosa es nación y otra, nacionalidad. Lo que
permite ser nacionalista sin nación, lo cual es un alivio porque nos
evita ese compromiso emocional y sanguinolento en que se recurre a
promesas tan retóricas como el último aliento y fórmulas
semejantes.
Por eso y
para no entrar en cuestiones tan extremosas y radicales. ya que morir
es acabar con la película, resulta interesante decidir con
antelación sobre la dirección de la existencia para averiguar por
ejemplo si vamos a vestirnos de magistrados para servir a la Justicia
o si vamos a vestirnos de togados para servirnos de la Justicia, que
es opción más lucrativa.
Si de
alguna ejecutoria no hubiese dudado nunca, es la de don Joaquín
Almunia. Me había parecido siempre un “apparatchik”
desairado del partido socialista, pero no habría dudado nunca de su
españolidad ni de su natural inclinación por esta tribu, devoción
que dí siempre por descontada en todos cuantos se postulaban para
presidir o dirigir un gobierno, hasta que descubrí la doblez de
Zapatero. Era una ingenuidad disculpable en quienes no sabían nada
de Fernando VII o aquel día faltaron a clase. Qué menos que
trabajar por la gente de la tierra, aunque el propósito no llegue al
sacrificio de la vida. Para ya ven lo que son las cosas: el
Comisario europeo de la Competencia don Joaquín Almunia, puesto en
la tesitura de defender su patria, optó por denigrarla sirviendo
quién sabe qué intereses. Por eso, en un respiro que le dieron los
especuladores, advirtió, entre el estupor general, que España se
hallaba en situación crítica y estaba en trance de ser intervenida
por Bruselas a causa de la “preocupante” tendencia en que le
habían dejado las medidas iniciadas por el nuevo Gobierno, sin
importale –o precisamente porque le importaban-- las consecuencias
de su “autorizada opinión”.
A
consecuencia de sus manifestaciones, que debiera haber acallado
aunque hubieran sido ciertas, bajaron las bolsas, se alteró la prima
de riesgo y agitó la buitrera de los espaculadores provocando un
efecto nocivo.
Tuvieron
que salir en defensa de los españoles el finlandés Olli Rehn,
consejero comunitario de Economía y otros colegas extranjeros, para
negarlo. Y, lo que es mas bochornoso, para afear su actitud desleal
para con sus compatriotas
Darío Vidal
02/04/2012
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