viernes, 6 de abril de 2012

Los espectros del “Muértere”


 Los teólogos fundan la divinidad de Jesucristo en la creencia de la Resurección. Vista así, la Pascua se tiñe de esperanza con la promesa del renacer y el retorno. Pero la Semana Santa hasta después de la Edad Media fué un tiempo de miedo, disciplinantes, ayunos, penitencias y tétricos presagios de condenación. De ella heredamos un terror a la muerte, mitigado ya en Oriente y alimentado por la incertidumbre y el misterio.
Unos santos varones carpetanos, tal vez no más que humildes ermitaños celtas, evangelizaron en los siglos V y VI la conquense comarca de Garcinarro, cuyos habitantes se hallaban entregados a cultos animistas en rios, fuentes, árboles y peñascos, mediante ritos propiciatorios que no excluían el sacrificio de animales e incluso de semejantes que agonizaban, con objeto de que el cuerpo todavía vivo comunicase sus virtudes y su energía al que heredaba su cráneo. En los primeros concilios de Toledo se condenaban estas prácticas y todavia hoy se ven en los campos abundantes esqueletos de otras épocas y pequeñas hornacinas en el dintel de algunas cuevas y abrigos donde caben justas las calaveras. Si se añade a ese capricho decorativo que los drúidas de estas tribus de cortadores de cabezas utilizaban las vísceras y las entrañas aún tibias y humeantes en ritos de adivinación y apropiación, pueden imaginarse las escenas truculentas de despojos mutilados y sangrantes, alumbrados por las antorchas que alimentaron los pavores de ultratumba.
Este es el decorado de las torturadas formaciones rocosas abruptas y cataclísmicas, que llaman con exótica concordancia “el Muértere” o “el Muerte” en la Sierra de Enmedio entre Cuenca y Guadalajara. Un territorio habitado de más de 3000 años, cubierto de petroglifos y de enterramientos profanados, erizado de fracturas, abismos, rendijas y la quietud solitaria de un silencio estremecedor. Ni lo pájaros vuelan por no inquietar.
La conmemoración del Viernes trae al recuerdo la muerte sacrílega de los Justos, no disipado por la gloria de la Pascua. Tal vez la humana miseria no permite a la conciencia el goce limpio del renacer, privándonos de la alegría. Aunque probablemente en una época cobarde en que se silencia la vejez, la decrepitud y la muerte, resulte higiénico que evoquemos el instante en que la historia Natural se hace historia Sagrada y que, al margen de la teología, los prejuicios mágicos, o los anhelos místicos, abordemos el suceso incuestionable de nuestra desaparición personal como una realidad de primer orden, al margen de un posible destino sobrenatural o la carencia de futuro.
Las tumbas del cabezo de Alcañiz el Viejo o la loma del Tarratrato que investigó don Vicente Bardavío, tan próximas en el tiempo, nos acercan a la fúnebre promesa, no diré que con júbilo pero si con un pagano alivio, sin el temor reverencial a los ornamentos, los cánticos funerales y las prédicas elegíacas. Esta es la reflexión de Semana Santa.
Darío Vidal
06/04/2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario