A medida
que pasan los meses es más difícil sustraerse a la idea de que
España es una enorme torta trufada de sorpresas; una suerte de
bizcocho borracho; una especie de roscón de san Valero con la
sorpresa empedernida de una monumental haba seca; una esponja colmada
de aire, o agua, o fluidos de mayor sustancia que se desplazan por la
intrincada red de tuberías cuando se le aprieta por uno u otro lado.
Es una suerte de absceso purulento inficionado de prevaricación,
cohecho, subvenciones irregulares, sobornos, malversación de fondos
públicos, apropiación inde-bida de activos, maniobras para alterar
el precio de las cosas, manipulación contable, blanquéo de
capitales, defraudación a Hacienda en gran escala, comisiones y
corrupción, mas otras argucias que no nombro y las que van
inventándose al aire de la bonanza.
Este
inmenso queso de gruyère abierto a todos los desagües, albañales y
sentinas, recuerda a aquel inmenso pastelón de Madrid cuyos techos
sabía destapar por arte mágica el Diablo Cojuelo, para que don Luis
Vélez de Guevara pudiera descubrir las íntimas vergüenzas de la
Villa, a don Cleofás-Leandro Pérez Zambullo, aquel “hidalgo a
cuatro vientos, caballero huracán, encrucijada de apellidos, galán
de noviciado y estudiante de profesión”, que si no se doctoró
en picaresca, obtuvo “suma cum laude” en picardía por la
Complutense alcalaína, que es la buena.
Aunque lo
que descubría el “hornazo” de la Corte no eran más que chismes
veniales, intrigas de poco más o menos, trapecerías de buscavidas y
líos de cuernos que sustentaban el dosel de muchas camas.
Cosa de más
enjundia fue la del juego del “straperlo” que hizo sonar las
alarmas entre 1933 y 1935, como ahora el complejo de “Las Vegas”,
y costó la caída del Gobierno de la derecha republicana, después
de tiznar a don Alejadro Lerroux.
Pero aquel
triste fraude patrocinado por los timadores holandeses Strauss y
Perlowitz (“straperlo”) estaba circunscrito a un núcleo, en
tanto que en este momento la infección ha invadido los tejidos de la
derecha, la izquierda, el centro, la azotea y los sótanos, con grave
riesgo de colapsar. Tiene esto poco que ver con el Patio de Monipodio
y, sobre todo, en otro tiempo los malhechores tenían al menos
vergënza, Y eso alimentaba cuando menos la espeanza de una
redención.
Ahora nadie
se arrepiente porque todos carecemos del sentimiento de culpa. Las
normas morales estaban impresas en cada uno, como la fisonomía y de
forma indeleble. Ahora, el chófer de un consejero de Andalucía
doblado de asesor, mayordomo, compinche y rufian, manifiesta sin
rubor que organizaba las fiestas, las bebidas, las chicas y la coca
en esa olla podrida, mientras otros pasan hambre.
Darío
Vidal
22/03/2012
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