Yo
no había oido hablar nunca de los disruptores hormonales ni de
sustancias favorecedoras de la alternancia de género. Jamás me
habían contado nada de los residuos tóxicos de la Química que,
flotando en el polvo, se meten en la sangre a traves de los pulmones
que debieran servir para oxigenar y regenerarnos.
Si
no fuera porque a la Organización Mundial de la Salud (OMS) le ha
asaltado un vestigio de remordimiento, nada sabríamos de esto ni de
la agresión taimada del Bisfenol-A, cuya toxicidad aconsejó
prohibirlo a las autoridades sanitarias de los Estados Unidos en la
fabricación de “tetinas” o “mamaderas”, biberones y otros
envases plásticos. Toda una deferencia, pues no está prohibido para
la elaboración de otros plásticos como los recubrimientos
interiores de las latas metálicas de conservas o las tuberías
domiciliarias de PVC.
Herbicidas, pesticidas, germicidas, aerosoles,
hidrocarburos y productos de síntesis ideados por el hombre, que
habitualmente no se hallan presentes en la Naturaleza, llueven
mansamente sobre nuestras cabezas y la superficie del Planeta,
constante e ininterrumpidamente, mientras crecen nuevas formas de
cáncer, aparecen alergias atípicas y se extiende la lista
inabarcable de las llamadas “enfermedades raras”, de
origen por completo desconocido. Nadie ha olvidado a los bebés con
malformaciones por habérseles administrado “Talidomida” a
las madres gestantes, sin que nadie se haya responsabilizado. Ahora
hay que esperar el aumento de los residuos venenosos de metales
pesados y los reactivos necesarios para fracturar y disolver las
sustancias de la esquilmación del subsuelo utilizando la técnica
homicida del “fracking” que nos amenaza.
A
esa lluvia de partículas que va colmatando el vacío de las cosas
con el polvo que se deposita lentamente en la superficie de la vida
–los campos, las ruinas y las vasijas que desentierran los
arqueólogos-- va a sumarse ahora al polvo y la materia interestelar
ya conocidos, los detritus químicos activos de materiales inventados
hace muy poco por ese animal incómodo, avariento, carente de
imaginación e irresponsable, que se proclama inteligente sin pudor,
aunque esté arruinando su propia morada.
No
hay que ser catastrofista, ni agorero, ni pesimista, ni paranóico
para temer al Apocalipsis si no enmendamos el rumbo, supuesto que nos
quede tiempo. La misérrima naturaleza humana no se mueve ya por la
soberbia o la lujuria sino por la avaricia, que es la apetencia de
los que quieren sólo dinero porque no han aprendido a soñar ni
desear nada. Recuerdo al niño que queria pedirle un “Tampax”
a los Reyes. “¿Pero tú sabes lo que dices?” “¡Claro que
lo sé!: Sirve para ir en bicicleta, para jugar el tenis, para montar
a caballo, para nadar...”
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