El 30 de
marzo hubiese cumplido cien años y hace mucho que los aficionados al
motor esperaban rendirle un homenaje para honrar su memoria y su
obra, que fue mucha, relevante y decisiva. Como la iniciativa
“desmedida y suicida” –pero posible con voluntad-- de
promover una prueba automovilística por circuito urbano, en una
ciudad de poco más de 12.000 habitantes entonces, al lado del Gran
Premio de Mónaco.
El doctor
Repollés -o don Joaquín- fue el láico artífice de un milagro y el
apóstol de una adicción que no ha dejado atrás el tiempo: inoculó
la dependencia del motor a decenas de aficionados desde el año 1965,
en que creó el “Troféo Virgen de los Pueyos” poco después de
haber dado vida al “Automóvil Club Circuito Guadalope” --que es
otro topónimo emblemático de la ciudad--, al 2003. Ni el estruendo
de los motores arredró a una población que ama el ruido y lo echaba
en falta desde los años 50, en que los tambores de su Semana Santa
dejaron de atronar las calles con la adopción de sintéticos parches
de plástico, y de cuerdas por
llaves.
El Troféo
se repitió durante casi cuarenta años partiendo siempre de nada, ya
que sobevivía por un reiterado acto de fe y el esfuerzo de un puñado
de hombres, algunos apenas adolescentes, que, solo al final, en un
par de ocasiones no llegaron a tiempo de cumplimentar las exigentes
condiciones que Madrid le imponía gracias a las iniciativas de la
Federacion Española de Automovilismo que se obstino en ser la FEA
para aquellos valerosos “profesionales de la impovisación” que
empezaban todos los años de cero con un nuevo reto, como si el
presidente de su directiva no fuera, desde tiempo inmemerial,
precisamente aragonés.
Tampoco la
prensa zaragozana demostró mas interés, al contrario que los
asombrados medios nacionales. Y cuando el 7 de sptiembre de 1985, la
mala fortuna se cobró dos vidas y diez heridos sin que ello fuese
imputable a los organizadores, tuvieron que duplicar su energía
apenas a unos meses del fallecimiento de don Joaquín porque ciertos
forasteros próximos daban la batalla del Circuito por perdida. Pero
él venció después de muerto como los grandes campeones y como El
Cid, gracias a los mejores aficionados, convencidos de que su
proyecto solo sobreviviría si eran capaces de ser más ambiciosos y
superar los personalismos y los enfrentamientos, que han hecho
fracasar tantas iniciativas.
Ahí es
donde nació Motorland, de la simiente del veterano Circuito
Guadalope y el empuje de aquellos aficionados abnegados que hubieron
de sacrificarse y abdicar, para que el proyecto al que habían
consagrado tanto esfuerzo, tanta dedicación y tanto sacrificio, se
consolidase para siempre.
Ellos, y
los aficionados que ahora frisan la cincuentena, se merecen una
crónica pormenorizada de aquel empeño.
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