martes, 9 de abril de 2013

EL MILAGRO DEL DOCTOR REPOLLÉS


El 30 de marzo hubiese cumplido cien años y hace mucho que los aficionados al motor esperaban rendirle un homenaje para honrar su memoria y su obra, que fue mucha, relevante y decisiva. Como la iniciativa “desmedida y suicida” –pero posible con voluntad-- de promover una prueba automovilística por circuito urbano, en una ciudad de poco más de 12.000 habitantes entonces, al lado del Gran Premio de Mónaco.
El doctor Repollés -o don Joaquín- fue el láico artífice de un milagro y el apóstol de una adicción que no ha dejado atrás el tiempo: inoculó la dependencia del motor a decenas de aficionados desde el año 1965, en que creó el “Troféo Virgen de los Pueyos” poco después de haber dado vida al “Automóvil Club Circuito Guadalope” --que es otro topónimo emblemático de la ciudad--, al 2003. Ni el estruendo de los motores arredró a una población que ama el ruido y lo echaba en falta desde los años 50, en que los tambores de su Semana Santa dejaron de atronar las calles con la adopción de sintéticos parches de plástico, y de cuerdas por llaves.
El Troféo se repitió durante casi cuarenta años partiendo siempre de nada, ya que sobevivía por un reiterado acto de fe y el esfuerzo de un puñado de hombres, algunos apenas adolescentes, que, solo al final, en un par de ocasiones no llegaron a tiempo de cumplimentar las exigentes condiciones que Madrid le imponía gracias a las iniciativas de la Federacion Española de Automovilismo que se obstino en ser la FEA para aquellos valerosos “profesionales de la impovisación” que empezaban todos los años de cero con un nuevo reto, como si el presidente de su directiva no fuera, desde tiempo inmemerial, precisamente aragonés.
Tampoco la prensa zaragozana demostró mas interés, al contrario que los asombrados medios nacionales. Y cuando el 7 de sptiembre de 1985, la mala fortuna se cobró dos vidas y diez heridos sin que ello fuese imputable a los organizadores, tuvieron que duplicar su energía apenas a unos meses del fallecimiento de don Joaquín porque ciertos forasteros próximos daban la batalla del Circuito por perdida. Pero él venció después de muerto como los grandes campeones y como El Cid, gracias a los mejores aficionados, convencidos de que su proyecto solo sobreviviría si eran capaces de ser más ambiciosos y superar los personalismos y los enfrentamientos, que han hecho fracasar tantas iniciativas.
Ahí es donde nació Motorland, de la simiente del veterano Circuito Guadalope y el empuje de aquellos aficionados abnegados que hubieron de sacrificarse y abdicar, para que el proyecto al que habían consagrado tanto esfuerzo, tanta dedicación y tanto sacrificio, se consolidase para siempre.
Ellos, y los aficionados que ahora frisan la cincuentena, se merecen una crónica pormenorizada de aquel empeño.

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