domingo, 17 de junio de 2012

EL EJEMPLO DE DÍVAR


“¡La economía, estúpidos; es la economía!”--, sugirió James Carville, estratega de campaña de Bill Clinton cuando pugnaba por la presidencia con Bush en 1992, mientras la población continuaba distraída con los últimos coletazos de La Guerra Fría.
Ahora los usureros el nuevo milenio, con aquella lección aprendida, no reparan en otros motivos. “La causa sigue siendo la Economía”. Y puede que no. Cuando los especuladores financieros, cada vez más audaces pierden el control de los sucesos, los hechos tienen el cariz de un cataclismo ingobernable que afecta incluso a las “aprendices de brujo” y los “gurús” de la Bolsa. Algunos no saben, o han olvidado, que tras los avatares de 1929 que provocaron ruinas y suicidios, el propio Rockefeller perdió mas del ochenta por ciento de su patrimonio. Cuando se practica la “magia negra”, se sabe cómo se empieza pero nunca como se acaba.
No soy hombre piadoso ni profesor de Ética, pero creo no pecar de mojigato si manifiesto mi convicción, humilde pero firme, de que la raíz del problema en nuestros días debe buscarse ahora no en la Economía sino en la falta de respeto a uno mismo, a la carencia de autoestima y el deprecio del honor. Nuestros abuelos cerraban los pactos con un apreton de manos y en el curso de una centuria se han quedado viejas “la palabra”, los contratos y las letras de cambio. Si hace poco más de un siglo acusaban a alguien de faltar a un compromiso, habría exigido inmediatamente la reparación de su buen nombre, y en ocasiones batirse en duelo “a muerte”. Los estudiantes posromámticos alemanes, duelistas impenitentes, llevaban el rostro cruzado de cicatrices, recuerdo de los tajos y cuchilladas con que habían pretendido lavar su honor con desafíos “a primera sangre”, vinculados casi siempre al talle de tal o cual señorita. (¡Los machos, siempre tan burros!)
Mas, como no hay mal que por bien no venga, ese culto al honor de la palabra dada, preservó la confianza de los acuerdos y los negocios. Se hablaba incluso de “la seriedad comercial” que se nos antoja hoy una antinomia. Cómo puede ser serio un comerciante. Pero entonces la seriedad era como un sacramento, mientra ahora “todo tiene precio”. Y ahí está la raíz de la Crisis. Nada tiene más valor que el dinero, que es el recurso postrero cuando no se cree en nada. En 1936 --la última guerra romántica--, se vivió una contienda wagneriana y sangrienta. Los líderes se reirían hoy de esos planteamientos idealistas y poco prácticos.
Pasen la mirada por los comerciantes avaros, los sinvergüenzas con fracasos indemnizados, las Cajas traicionadas por políticos sin principios, los estrategas del tránsfuguismo, los oscuros jueces estrella, los diputados garrapatas afiliados/aferrados al partido y, en la cúpula, gentes ejemplares como Carlos Dívar, con el ropón pringado de sopaboba.

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