martes, 19 de junio de 2012

LAS GALDRUFAS


Como jugar a “las tabas” --ocupación de noble ascendencia romana--, que consistía en lanzar los astrágalos del cordero para determinar la suerte de la partida según cómo caían los huesecillos, en según qué época del año los niños jugábamos a la peonza --trompo, perinola, pirindola, moninfla o peón--, que en Aragón llamábamos con la palabra redonda, henchida, gorda, llena y barroca de “galdrufa”. Y había de dos especies: la tartera y el tarúl.
La parcelación de los juegos del año parecía trasunto de las labores del campo y evitaba que cayésemos en el aburrimiento y la rutina. Cambiábamos con los meses de preferencia lúdica y recorríamos la época de las chapas, de los alfileres, las forcachas (tirachinas), las pistolas de “ganchetas” con que desnudábamos las cortinas de los comercios para usarlas de munición, las jeringas o “chiringas” de caña con trapos anudados para impulsar el agua con mas fuerza y, por supuesto, las galdrufas, que era el único juguete que no éramos capaces de fabricar. Venían a “las mesetas” dominicales, las tiendas de ultramarinos y el bazar, pintadas de vivos colores, alternados con las betas originales de noble madera pulida. Pero, eso sí, teníamos que contrapesarlas cuidadosamene como quien afina un instrumento, porque el peso del tarugo de corazón de madera prieta, no tenía la misma densidad en todas sus partes, y la galdrufa cabeceaba, brincaba (“iba torrotroca”) o se desequilibraba, y entonces resultaba muy difícil “dormirla” para poder cogerla sobre la palma de la mano con garantías para lanzarla contra las peonzas competidoras y matarlas.
Quiero recordar el orgullo de los propietarios de una buena galdrufa que fuera “pajeta” y rodara “a bonico”, y la admiración que despertaban las pausadas “tarteras” de carrasca y girar solemne y elegante, que eran los acorazados en nuestras bélicas pedencias, debido a su mayor peso y su centro de gravedad mas bajo, que las hacian dificilmente vulnerables a lo ataques de los “tarules”, más ligeros, vivaces y nerviosos pero mas inestables. Otros no tenían nada. Pero eran felices porque no sabían qué era una crisis como el autor anónimo de una coplilla de chicos que decía: “Ni tengo 'tarúl' / ni tengo 'tartera' / prero tengo una / cordonadera”. O sea que el muchacho del cuento se conformaba con tener el “zumbél”, cordonadera o “encordonadera” que es tanto como tener algo tan aparentemente inmaterial como la energía.
Evoco el tarúl, la tartera y el onomatopéyico zumbél, porque veo que se han puesto de moda entre los chicos unos tarules de plástico, con un mecanismo para modificar el centro de gravedad, que permiten obtener prestaciones casi profesionales. He visto incluso un programa de acrobacia.
Lo malo es que ahora las estaciones no limitan el juego para hacerlo más apetecible, ocasional y misterioso. Los niños ya no aprenderán que en la vida, como en el amor, lo mejor es lo deseado

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