martes, 16 de abril de 2013

JOSÉ LUÍS SAMPEDRO


No recordamos si fue cierto o solo un sueño. Los tiempos devoran el tiempo. “Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin faltar un punto; / soy un fue y un seré y un es cansado, / y entre el hoy y el mañana y ayer, junto / presentes sucesiones de difunto”, decía elegíaco, profundo y defraudado, el gran Quevedo, cuando aún el tiempo no corría desalado --”¡Indignaos!”-- como en el primer cuarto del siglo XXI.
Nos cogió por sorpresa y aún no nos hemos repuesto. Se nos fue José Luis Sampedro con la discreción con que había vivido su ya larga existencia y sin que nadie tuviera noticia ni conciencia de su deseo de soledad y de silencio. Sabía pasar inadverido hasta para quienes pretendían intuir cualquier mudanza, porque desde su timidez y su modestia no hubiera querido señalar un camino que coartase la soberana libertad de un semejante. Y cuando alguien nos advirtió de su silencio, ya lo habían reducido a una traza de humo y un puñado de ceniza. Así lo quiso él. Mas ahora entiendo la cremación como un rito profanatorio y otra muerte mas dolorosa, definitiva y premonitoria, por el temprano olvido de aquel 15 de mayo que tanto prometía y en que tantos creyeron.
Fue su vida una ironía desde que fue transterrado a Tanger desde su nativa Barcelona un año despues de nacer en 1917 y aunque dedicó lo mas temprano de su vida a tareas de panllevar como la docencia universitaria, sucumbió gozosamente a la tentación de la literatura con novelas, relatos, ensayos y otros libros. Accedió a la cátedra de estructura económica de la Complutense al final de la Guerra, después de haber vivido en media España y luchado en la otra media, a las órdenes de los dos bandos en conflicto. Destino paradójico para un hombre de paz, atraído por el credo de los anarquistas, de los que admiraba su compromiso, su solidaridad y su actitud ética, cuando lo adscribieron a una de sus unidades de combate, luego de haberse nutrido en su periodo de formación, de los místicos cristianos y de los sufíes islámicos.
La inmarcesible fe en el Hombre de este penetrante pensador no mancillado por las despreciables componendas de los políticos, le decidió a abandonar su cátedra cuando en 1965 expulsaron a García Calvo, Laín Entralgo, Jose María Valverde, Aranguren y Tierno Galván. E idéntico compromiso intelectual le llevó a apoyar las tesis de Stéphane Hessel en 2010, prologando el manifiesto “¡Indignaos!” y arrostrar las críticas de los mas “avisados”, de vuelta siempre de todo, coherente con el credo que tiempo atrás había firmado: “Creo en la Vida, madre todopoderosa, / creadora de los cielos y de la tierra. / Créo en el Hombre, su avanzado hijo, / concebido en ardiente evolución, / progresando a pesar de los Pilatos / e inventores de dogmas exigentes / para oprimir la Vida y sepultarla. / Pero la Vida siempre resucita / y el Hombre sigue en marcha hacia el mañana. / Creo en los horizontes del espíritu / que es la energía cósmica del mundo; / creo en la Humanidad siempre ascendente / y creo en la Vida perdurable. Amen”.
“Una sociedad no cambia si no cambian sus dioses”, solía decir. Y el éxito no llegó hasta haberse jubilado, luchando por que cambiaran, con “Octubre, octubre”, “La sonrisa estrusca”, “El amante lesbiano” y otras que hicieron de él un humanista “jóven”, pujante, inconcluso y malogrado por lo que todavía esperabamos de su talento. Lástima que pasados apenas doce meses, no sepamos qué pueda quedar de aquella indignada esperanza que contribuyó a alentar.

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