No
recordamos si fue cierto o solo un sueño. Los tiempos devoran el
tiempo. “Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está
yendo sin faltar un punto; / soy un fue y un
seré y un es cansado, / y
entre el hoy y el mañana y ayer, junto / presentes sucesiones de
difunto”, decía elegíaco,
profundo y defraudado, el gran Quevedo, cuando aún el tiempo no
corría desalado --”¡Indignaos!”--
como en el primer cuarto del siglo XXI.
Nos cogió
por sorpresa y aún no nos hemos repuesto. Se nos fue José Luis
Sampedro con la discreción con que había vivido su ya larga
existencia y sin que nadie tuviera noticia ni conciencia de su deseo
de soledad y de silencio. Sabía pasar inadverido hasta para quienes
pretendían intuir cualquier mudanza, porque desde su timidez y su
modestia no hubiera querido señalar un camino que coartase la
soberana libertad de un semejante. Y cuando alguien nos advirtió de
su silencio, ya lo habían reducido a una traza de humo y un puñado
de ceniza. Así lo quiso él. Mas ahora entiendo la cremación como
un rito profanatorio y otra muerte mas dolorosa, definitiva y
premonitoria, por el temprano olvido de aquel 15 de mayo que tanto
prometía y en que tantos creyeron.
Fue su vida
una ironía desde que fue transterrado a Tanger desde su nativa
Barcelona un año despues de nacer en 1917 y aunque dedicó lo mas
temprano de su vida a tareas de panllevar como la docencia
universitaria, sucumbió gozosamente a la tentación de la literatura
con novelas, relatos, ensayos y otros libros. Accedió a la cátedra
de estructura económica de la Complutense al final de la Guerra,
después de haber vivido en media España y luchado en la otra media,
a las órdenes de los dos bandos en conflicto. Destino paradójico
para un hombre de paz, atraído por el credo de los anarquistas, de
los que admiraba su compromiso, su solidaridad y su actitud ética,
cuando lo adscribieron a una de sus unidades de combate, luego de
haberse nutrido en su periodo de formación, de los místicos
cristianos y de los sufíes islámicos.
La
inmarcesible fe en el Hombre de este penetrante pensador no
mancillado por las despreciables componendas de los políticos, le
decidió a abandonar su cátedra cuando en 1965 expulsaron a García
Calvo, Laín Entralgo, Jose María Valverde, Aranguren y Tierno
Galván. E idéntico compromiso intelectual le llevó a apoyar las
tesis de Stéphane Hessel en 2010, prologando el manifiesto
“¡Indignaos!” y arrostrar las críticas de los mas
“avisados”, de vuelta siempre de todo, coherente con el credo que
tiempo atrás había firmado: “Creo en la Vida, madre
todopoderosa, / creadora de los cielos y de la tierra. / Créo en el
Hombre, su avanzado hijo, / concebido en ardiente evolución, /
progresando a pesar de los Pilatos / e inventores de dogmas exigentes
/ para oprimir la Vida y sepultarla. / Pero la Vida siempre resucita
/ y el Hombre sigue en marcha hacia el mañana. / Creo en los
horizontes del espíritu / que es la energía cósmica del mundo; /
creo en la Humanidad siempre ascendente / y creo en la Vida
perdurable. Amen”.
“Una
sociedad no cambia si no cambian sus dioses”,
solía decir. Y el éxito no llegó hasta haberse jubilado, luchando
por que cambiaran, con “Octubre, octubre”, “La
sonrisa estrusca”, “El amante lesbiano”
y otras que hicieron de él un humanista “jóven”, pujante,
inconcluso y malogrado por lo que todavía esperabamos de su
talento. Lástima que pasados apenas doce meses, no sepamos qué
pueda quedar de aquella indignada esperanza que contribuyó a
alentar.
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