Escuchaba
ayer el programa de Javier Capitán a propósito de las enfermadades
iatrogénicas inducidas por los laboratorios farmacéuticos, y
recordé el sabio consejo hipocrático que sugiere atenerse, en la
acción o la omisión, al criterio del mal menor. Claro que la salud
estaba inspirada por sabios con humanas limitaciones y humana calidez
y no por la industria de la enfermedad. Eran muy conscientes de que
la palabra “pharmakon” designaba por igual al tósigo, la
ponzoña o el veneno y la pócima con virtudes lenitivas. Y que entre
la vida y la muerte no media mas que la dosis. Una cuestión de
escrúpulos en la mas estricta acepción del término.
Mas ahora,
con las medicinas “de rebajas” que nos suministran la
Mato y Rajoy, hemos descubierto que “no hay mal que por bien no
venga” como se consolaba Franco del asesinato de Carrero.
Porque ahora con los genéricos tenemos que retener los principios
activos de los medicamentos y sabemos que nadie parece interesado en
curarnos, aunque tampoco desée matarnos. Ahí puede residir el
creciente prestigio de la terapia quirúrgica bendecida una vez más
por el Rey de España, y la falta de confianza en la terapéutica
clínica. Un médico me confiaba que los pacientes que mas
compadecía eran los “crónicos”
porque no se mueren pero tampoco viven.
El doctor
Letamendi escribió en el XIX una décima aconsejando medicarse lo
menos posible y procurar no inmutarse. Lo contrario de lo que solemos
hacer aquí y ahora. Decia poco mas o menos: “Vida honesta y
arreglada; / usar de pocos remedios / y poner todos los medios / en
no alterarse por nada. / La comida, moderada. / Ejercicio y
distraccion. / No tener nunca aprensión, / salir al campo algún
rato, / poco encierro, mucho trato / y continua ocupación”. Son
sabias recetas higiénicas de cuando la gente preferia prevenir a
curar. Ahora que lo que importa es competir por el Guinnes
farmacético y los españoles estamos en el podio, me decía un
jubilata hipertenso que le habían recetado un inhalador proscrito
para su dolencia. Y al hilo del comentario, terció otro que le
habían prescrito un fármaco para la insuficiencia cardiaca, que no
nombraré, contraindicado para la insuficiencia cardiaca. Leí yo
mismo el prospecto. Y ademas no se aconsejaba si el enfermo tomaba
diuréticos, si padecia insuficiencia renal o hepática, si tenía
micosis, si se le administraban antibióticos, si tomaba
antidepresivos y si estaba medicado por hipertensión. Este mártir
de la Ciencia podía sufrir hinchazón en la cara, la lengua y la
garganta así como dificultades para respirar, hipercolesterolemia,
hipopotasemia, diarreas e incluso infarto de miocardio. ¿Pero quien
ha inventado este remedio?
Quevedo
le habría increpado: “Haz la cuenta conmigo, dotorcillo:
/ ¿para quitarme un mal me das mil males? / … Yo quiero hembra y
vino y tabardillo, / y gasten tu salud los hospitales”.
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