sábado, 28 de septiembre de 2013

ENFERMAR SANANDO


Escuchaba ayer el programa de Javier Capitán a propósito de las enfermadades iatrogénicas inducidas por los laboratorios farmacéuticos, y recordé el sabio consejo hipocrático que sugiere atenerse, en la acción o la omisión, al criterio del mal menor. Claro que la salud estaba inspirada por sabios con humanas limitaciones y humana calidez y no por la industria de la enfermedad. Eran muy conscientes de que la palabra “pharmakon” designaba por igual al tósigo, la ponzoña o el veneno y la pócima con virtudes lenitivas. Y que entre la vida y la muerte no media mas que la dosis. Una cuestión de escrúpulos en la mas estricta acepción del término.
Mas ahora, con las medicinas “de rebajas” que nos suministran la Mato y Rajoy, hemos descubierto que “no hay mal que por bien no venga” como se consolaba Franco del asesinato de Carrero. Porque ahora con los genéricos tenemos que retener los principios activos de los medicamentos y sabemos que nadie parece interesado en curarnos, aunque tampoco desée matarnos. Ahí puede residir el creciente prestigio de la terapia quirúrgica bendecida una vez más por el Rey de España, y la falta de confianza en la terapéutica clínica. Un médico me confiaba que los pacientes que mas compadecía eran los “crónicos” porque no se mueren pero tampoco viven.
El doctor Letamendi escribió en el XIX una décima aconsejando medicarse lo menos posible y procurar no inmutarse. Lo contrario de lo que solemos hacer aquí y ahora. Decia poco mas o menos: “Vida honesta y arreglada; / usar de pocos remedios / y poner todos los medios / en no alterarse por nada. / La comida, moderada. / Ejercicio y distraccion. / No tener nunca aprensión, / salir al campo algún rato, / poco encierro, mucho trato / y continua ocupación”. Son sabias recetas higiénicas de cuando la gente preferia prevenir a curar. Ahora que lo que importa es competir por el Guinnes farmacético y los españoles estamos en el podio, me decía un jubilata hipertenso que le habían recetado un inhalador proscrito para su dolencia. Y al hilo del comentario, terció otro que le habían prescrito un fármaco para la insuficiencia cardiaca, que no nombraré, contraindicado para la insuficiencia cardiaca. Leí yo mismo el prospecto. Y ademas no se aconsejaba si el enfermo tomaba diuréticos, si padecia insuficiencia renal o hepática, si tenía micosis, si se le administraban antibióticos, si tomaba antidepresivos y si estaba medicado por hipertensión. Este mártir de la Ciencia podía sufrir hinchazón en la cara, la lengua y la garganta así como dificultades para respirar, hipercolesterolemia, hipopotasemia, diarreas e incluso infarto de miocardio. ¿Pero quien ha inventado este remedio?
Quevedo le habría increpado: “Haz la cuenta conmigo, dotorcillo: / ¿para quitarme un mal me das mil males? / … Yo quiero hembra y vino y tabardillo, / y gasten tu salud los hospitales”.

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