Si no
conociese a tantos catalanes excelentes, camaradas de hazañas,
compañeros de estudios, amigos para siempre casi hermanos, y no
hubiese fustigado y criticado además las torpezas del centralismo
imperialista y pueblerino –esa es la incomodidad de no ser de
ningún bando--, me importarían muy poco las invenciones ridículas
de los separatistas, sus falsificaciones y sus embustes. La mentira
tiene las patas muy cortas como sabe todo el mundo, y sus
propaladores están condenados al descrédito y el ridículo por
mucha asistencia que tengan de sus epígonos, como aquel inefable
doctor Robert --Bertomeu Robert i Yarzábal--, mejicano de Tampico
injertado en Barcelona de la que fué alcalde durante seis meses y
que demostró científicamente como catedrático de Patología
Interna, que los cerebros de “raza catalana” pesan más
que los de las otras “razas” incluida, supungo, la vasca,
en abierto conflicto con su materno cariotipo guipozcoano.
Yo no sé
dónde radica el complejo de inferioridad de estas personas que no se
aceptan y necesitan acaparar méritos y virtudes, igual que los
autores de la hilarante “Gran Enciclopedia Soviética”.
Recuerdo que en la época dorada de Johan Cruyff se publicaron
biografías “en serio” diciendo que su abuelo era un catalán
vecino de Ámsterdam que se llamaba Joan Creus. Lo mismo que el
astrofísico Miguel Catalán Sañudo, pionero de la espectrografía e
investigador en el “Imperial College” de Londres, al que sus
colegas dedicaron un cráter en la luna y ellos designan con el
equívoco de “Cráter Catalá”. Que “el señal” del
Rey de Aragón le llamen “senyera catalana”, aunque
tardaron tiempo a aceptarla y no tiene nada que ver con la fábula de
Wifredo el Velloso, sino con los lemniscos diplomáticos de los
territorios que el Rey infeudó al Papa. Que el patrimonio
arqueológico oscense se halle inventariado como del “Museu
d'Art Románic de Catalunya”. Que
expropiaran fraudulentamente el fondo de Aragón en el Archivo
General de la Guerra Civil de Salamanca, con la complicidad de
Zapatero y Angeles González-Sinde, y que se hayan quedado con las
piezas que requisó el escultor Frederic Marés cuando la Columna
Lluis Companys se puso a liberar “la Catalunya irredenta”
apropiándose de bienes ajenos.
Pero lo que
rebasa todo límite es afirmar que El Quijote lo escribió en catalán
un tal Servent, hijo de Miguel Servet (que como todo el mundo debiera
saber fue un aragonés de Villanueva de Sígena, y no catalán) al
que plagió Cervantes; que Australia fue colonizada por un catalán,
y que el descubrimiento de
América fue obra del catalán Colom (Palomo).
Estas son
las revelaciones estupefacientes de los señores Sobrequés y Bilbeny
de la “Universitat Nova Història”
de Crespiá, y de la Fundación “Catalunya Acció”
que apoya la soberanía de Gibraltar.
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