martes, 30 de julio de 2013

UN BUEN VASALLO


Decía el pueblo tras la jura de Santa Gadea que le costo el destierro al Cid, una frase con que se ha glosado la excelencia de nuestro pueblo y la distancia que a veces media entre él y los poderosos: “Dios, qué buen vassallo si oviera buen señor”.
Es lo que se siente cuando este 25 de julio, día de Santiago, nos despertamos conmovidos por el tremendo accidente ferroviario de anoche al atardecer en Angrois, a las afueras de Santiago de Compostela, con un tren Alvia procedente de Madrid.
En la tarde de la víspera, nuestra gente llana dió testimonio de su generosidad y su calidad humana, como lo hizo durante la crisis del “chapapote” por el naufragio del petrolero “Prestige” años antes, sin necesidad de que nadie demandase ayuda. No caeré en la complacencia de sugerir que seamos mejores que nadie, pero aquí nadie se escuda en que no está autorizado, no está cualificado o no está especializado para socorrer a un herido, que son excusas de “gente civilizada”.
No es precisa preparación alguna para asír una mano necesitada de apoyo, hacer una caricia, regalar un beso, musitar una palabra de consuelo y comunicar una pizca de esperanza, aun a costa de mentir, a quien cree haber llegado al último tramo del camino. No hace falta más que echarse a los hombros el miedo ajeno asumido como propio, que pienso que debe ser lo que los curas llaman “compartir la cruz”.
No pretendo hacer una homilía ni otorgarme ningún merito, porque carezco de esa heróica presencia de ánimo que admiro en nuestra gente, aunque la valore como una muestra sublime de desprendimiento y una prueba del más puro amor otorgado sin buscar ni esperar correspondencia ni compensación alguna. Tampoco es preciso el contacto material si se carece de ánimo, pero es inexcusable el auxilio activo. Yo me reprocho la cobardía de un atardecer camino de la costa, cuando un turismo y un camión se confundieron en un amasijo de hierros. Me orillé y eche a correr hacia el conductor que yacia en el suelo junto a la puerta desgajada, y no pude llegar una y otra vez. Pero fui capaz de penerme en la linea continua agitanto los brazos para que se detuviese alguien, mientras los coches pasaban a mi lado. Y cuando lo logré, salí sollozando hasta el próximo pueblo para pedir ayuda a la Guardia Civil.
En estas situaciones, todos podemos aprender. Hasta don Mariano Rajoy, que está suprimiendo camas, amortizando médicos y licenciando bomberos como los que acudieron ayer sin reparar en que estaban francos de servicio. A los que habría que jubilar es a los empleados sin empleo de las distintas Administraciones. Aunque sean del PP, don Mariano.
“Dios, que buen vassallo...”

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