No cometeré
la estupidez de pensar que estamos peor que en la vida, porque los
españoles pensamos eso por lo menos una vez cada generación. Pero
cada vez la desazón es más inabarcable y mas global. Visto con la
perspectiva actual, tiene uno la tentación de acogerse a la
desgarrada definición de Cánovas, según la cual “español es
el que no puede ser otra cosa”.
Solo que antes éramos parias de los caciques y ahora somos criados
maltratados de los alemanes y sus amos. Buen negocio.
El
caso es que aunque nuestra soberbia –o nuestra dignidad-- nos
impida reconocerlo, sobrevivimos aislados. Tal vez fuimos culpables
un día y tampoco hemos hecho por arroparnos entre nosotros. Es
curioso que mientras somos tan generosos en la ayuda, tan solidarios
en la desgracia y puede que los más humanos en la donación de
órganos sin reparar en los receptores –blancos, pobres, ricos,
negros...-- nos desentendamos siempre del vecino, obstinados en odiar
al prójimo como a nosotros mismos.
Pienso
que ese singular comportamiento merecería alguna reflexión de
sociólogos, psicólogos y etólogos del comportamiento hispánico.
Como también la merece la reverencia de lo ajeno y el desprecio de
lo propio. Aunque esto último puede rastrearse, a mi juicio, en la
cadena de fracasos y desencantos que jalonan nuestra andadura desde
hace tres centurias.
Rajoy
ha incumplido hoy la última de sus promesas y dejado la última
esperanza rota. Ha anunciado ya que los pensionistas no cobrarán
este año por el desvío anual por el IPC del pasado. Ya no le falta
nada por incumplir. Y en los hogares más humildes, con presupuestos
milagrosos, humillantes y ofensivos, se instala la desolación y el
desánimo. Sobre todo cuando ha comenzado a utilizar el fondo de
reserva de la Seguridad Social, al tiempo que se recapitalizan con el
dinero de los estafados, los bancos de los estafadores que vendían
“preferentes” y otros “productos” criminales y delictivos,
aunque ellos prefieran llamarles “tóxicos”.
Se
plañe don Mariano el escribano de que las arcas del Reino estaban
vacías cuando nos aquejó la crisis, pero ni fue una sorpresa ni le
obligaron a arrostrar la gobernación. Y los ciudadanos sabíamos que
se avecinaban tiempos adversos. Pero no sabíamos que iba a dejar
hundir incluso a los suyos en lugar de aligerar la administración,
ni que ignorase –como nosotros entonces-- que las operaciones
contra Irlanda, Portugal, Grecia y ahora España, fuesen una
maquinación del “Deutsche Bank”
practicamente quebrado, para expoliar a los mercados del sur,
utilizando información privilegiada con que pagar a los bancos
anglosajones –neoyoquinos y londinanses-- que habían financiado
sus fraudulentos negocios sin respaldo financiero. Debía haberlo
sabido, don Mariano.
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