Había
un poyete según se sube a “El Amparo”
por la carretera de la Estación (o Avenida de Bartolomé Esteban) en
que se detenían a tomar resuello los que llevaban a sus padres “a
caballito” o “en
colletas” al Asilo de Alcañiz.
No había automóviles, y del asilo ya no se volvía. Como sucede
ahora tras la
“Endlösung der Judenfrage”, la
solución final ideada por Herr Otto Adolf Eichmann en 1942 y
aplicada por Mariano Rajoy y Ana “la Mato”, para los pobres, los
jubilados, los enfermos, los crónicos, los discapacitados, los
ancianos y los niños, siempre que ya hayan nacido porque el
“nasciturus”
(participio de futuro del verbo “náscere”,
“el que va a nacer”)
debe ser tratado con delicadeza, que ya llegará...
Bartolomé
Esteban tiene poco que ver con el sevillano del mismo nombre
Bartolomé Esteban Murillo. Fue un
filántropo turolense que quiso implicarse en las comunicaciones con
el Turia (de Alcañiz a Teruel por Valderrobres) y puso la primera
piedra al hospital de su pueblo en 1913, aportando 22.000 pesetas que
no era moco de pavo. Pero volvamos al cauce de nuestro cuento, porque
aquel no es mas que el reiterado relato de nuestra secular miopía:
Teruel no es jamón, ya que tampoco otras cosas.
Claro
que el partido en el poder lo ha hecho todo imposible. La asistencia
sanitaria es un acto médico fallido; las medicinas genéricas y
baratas se han reducido a placebos; la cirugía programada es una
meta que no es preciso ya cumplir porque la tierra lo cubrirá todo;
algunos abuelos ya no compran medicinas para que puedan comer sus
nietos, y no es una vaina ni un sollozo: lo dicen los mayores con
naturalidad (“a mi no me duele nada, pero las criaturas
tienen hambre”) No es
literatura: ya hay niños que no pueden hacer más que una comida y
es la del colegio.
Ayer,
saliendo de la farmacia, un señor bien ataviado se quedó mirando a
traves de la bolsa semitransparente. “¿Cuanto tiempo
hace que toma usted eso?” “Poco. Antes me daban otra cosa”.
“Pues dígale a su médico que le recete lo de siempre. ¡Que esto
no hace nada!” Y se fué.
Recordé
desolado la dignidad de los “hombres rojos”
de la pradera y los “inuik”
de Alaska, que se ofrecen a los pumas y a los osos cuando ya no
pueden cazar para su clan. Aquí, como Rajoy negocia con Merkel, los
españoles trabajan más, cobran menos y se jubilan más tarde que
los alemanes. “Lo estais haciendo muy bien”,
dicen los capataces porque las cartillas dejan tan poca huella como
las bolsas de basura. “En Europa se admiran de cómo
superamos la crisis”, cacarea
Marianito. Pero cualquier día se lo llevarán en colletas a las
Hermanitas de los Pobres camino del cementerio. Porque otra vez hay
epidemia.
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