A Manuel
Leguineche Bollar (Arrazua, Vizcaya 1941) se nos lo ha llevado
la tierra entre el viento y el frio, desde la Vigilia de San Agatón,
Gaudencio y Vicente de Zaragoza, a la Octava de San Francisco de
Sales el Periodista y Exuperancio, sin desear ni temer, después de
tanta espera baldía, como cuando los criminales de la Social
abrasaron los pechos de su sobrinita creyendo que era de la ETA. “¿Y
sabes que consiguen? Pues que llamen para saber qué puede hacer por
ellos. ¡Qué te parece! ”.
“Manu”
era un hombre lineal, sencillo y enterizo; un hombre de una pieza que
sintió un día cómo se tambaleaba su vocacion por causa de un amor
y supo salir al rescate de la muchacha, consciente de que ella no
merecia aquel sacrificio. “Yo tenía que renunciar al amor, por
esa especie de chifladura que es nuestro oficio, del mismo modo que
hube de escoger un día una existencia sin guión escrito,
renunciando a una vida
normal, ordenada y reglada, con una compañera y unos niños que me
hubieran encantado, con horarios previsibles, rutina consagrada y
dominicales tardes de futbol. Todo a trueque de nada. Y aún no sé
si he acertado”.
Probablemente
sí que acertó. Y lo supo. Él sabía que si tenía noticia –y la
tendría--, o se enteraba, o le contaban, o le pedían que cubriese
un conflicto, no podía perder un minuto en convencer a
nadie de que aquella iba a ser la última vez, ni se haría rogar,
porque hubiese sido traicionarse y mentir. Pues todo lo que no fuese
aquello, sería un paréntesis en su vida. Pese a que cada partida
supusiese un nuevo desgarro, una nueva amargura y un renovado dolor,
un riesgo, una acechante tragedia y un renovado pesar por tanto
sufrimiento y tanta muerte, pero también un titubeo, una nueva
emoción, un reto no estrenado, una zozobra idéntica y diferente, y
una insaciable, renovada y turbadora emoción juvenil. (“Yo no
temia por mí sino por tantos como iba dejando”) Y dejaría la
facultad de Filosofía y Letras y la de Derecho, por la revista “Gran
Via”, el diario “Madrid” y “El Norte de Castilla” --como ha
hecho Gervasio Sanchez con “Heraldo de Aragón”-- para recorrer
el viacrucis de la Revolucion argelina en 1962, y la guerra
indopakistaní en 1965 y los conflicos del Líbano, las Malvinas,
Nicaragua, Chipre, Marruecos, Bangladesh, Camboya, Guinea Ecuatorial
y el derrocaminto sangriento de tantos tiranos, hasta quedar varado
no en su bizarra Arrazua sino en su calido refugio alcarreño de
Brihuega.
Un pecador
santo, como aquel Mariano Romance nuestro de los '20, tan distante
del periodista espadachín y duelista, que exhibia sus armas en el
balcón de Alejandre y del que cantaban: “Desde que vino Matres
de Madrid, de periodista, / no hay nadie en Alcañiz que se le
resista”.
Pero “Manu”
era lo opuesto a un mercenario.
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