viernes, 24 de enero de 2014

GAVILLA DE PECADORES SANTOS


A Manuel Leguineche Bollar (Arrazua, Vizcaya 1941) se nos lo ha llevado la tierra entre el viento y el frio, desde la Vigilia de San Agatón, Gaudencio y Vicente de Zaragoza, a la Octava de San Francisco de Sales el Periodista y Exuperancio, sin desear ni temer, después de tanta espera baldía, como cuando los criminales de la Social abrasaron los pechos de su sobrinita creyendo que era de la ETA. “¿Y sabes que consiguen? Pues que llamen para saber qué puede hacer por ellos. ¡Qué te parece! ”.
“Manu” era un hombre lineal, sencillo y enterizo; un hombre de una pieza que sintió un día cómo se tambaleaba su vocacion por causa de un amor y supo salir al rescate de la muchacha, consciente de que ella no merecia aquel sacrificio. “Yo tenía que renunciar al amor, por esa especie de chifladura que es nuestro oficio, del mismo modo que hube de escoger un día una existencia sin guión escrito, renunciando a una vida normal, ordenada y reglada, con una compañera y unos niños que me hubieran encantado, con horarios previsibles, rutina consagrada y dominicales tardes de futbol. Todo a trueque de nada. Y aún no sé si he acertado”.
Probablemente sí que acertó. Y lo supo. Él sabía que si tenía noticia –y la tendría--, o se enteraba, o le contaban, o le pedían que cubriese un conflicto, no podía perder un minuto en convencer a nadie de que aquella iba a ser la última vez, ni se haría rogar, porque hubiese sido traicionarse y mentir. Pues todo lo que no fuese aquello, sería un paréntesis en su vida. Pese a que cada partida supusiese un nuevo desgarro, una nueva amargura y un renovado dolor, un riesgo, una acechante tragedia y un renovado pesar por tanto sufrimiento y tanta muerte, pero también un titubeo, una nueva emoción, un reto no estrenado, una zozobra idéntica y diferente, y una insaciable, renovada y turbadora emoción juvenil. (“Yo no temia por mí sino por tantos como iba dejando”) Y dejaría la facultad de Filosofía y Letras y la de Derecho, por la revista “Gran Via”, el diario “Madrid” y “El Norte de Castilla” --como ha hecho Gervasio Sanchez con “Heraldo de Aragón”-- para recorrer el viacrucis de la Revolucion argelina en 1962, y la guerra indopakistaní en 1965 y los conflicos del Líbano, las Malvinas, Nicaragua, Chipre, Marruecos, Bangladesh, Camboya, Guinea Ecuatorial y el derrocaminto sangriento de tantos tiranos, hasta quedar varado no en su bizarra Arrazua sino en su calido refugio alcarreño de Brihuega.
Un pecador santo, como aquel Mariano Romance nuestro de los '20, tan distante del periodista espadachín y duelista, que exhibia sus armas en el balcón de Alejandre y del que cantaban: “Desde que vino Matres de Madrid, de periodista, / no hay nadie en Alcañiz que se le resista”.
Pero “Manu” era lo opuesto a un mercenario.

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