¿Saben
ustedes por dónde cae Islandia?
No, no
Irlanda, no: ¡Islandia!
Bueno, pues
parece que es una nación insular de 331.000 habitantes –solo en
Zaragoza City moran 682.000 almas--, que se sale del mapa por el
Atlántico Norte y que significa “Tierra helada”. Como
Aragón, en cuyas costas vivían las focas y, hasta anteayer mismo,
los pingüinos.
Al
“vecindao”, que
apenas acepta el “calcero” por
mas o por menos, le gusta la vaca y el
cordero como a nosotros. Y el reno. Y el caballo,
aunque a mi eso me parece como asesinar a un amigo: lo mismo que si
se tratase de “Pirata”,
mi escarolada, traviesa, juguetona, incansable y divertida “shih
tzu” tibetana,
que lo último que esperaría de mí es que la
sacrificase para guisarla. Me espeluzna la idea de traicionar a mi
noble “perro-león”,
al bello “perro-crisantemo”,
al elegante “perro-Xi-Shi”
--que es como se llamaba la dama más hermosa de la China antigua--:
un ser demasiado sagaz, intuitivo, inteligente, abnegado y servicial
como para reducirlo a una referencia culinaria. Lo mismo que un
podenco ibicenco, un “can de chira”
aragonés, un labrador de Terranova o un pastor islandés.
Me parece
más razonable convertir en fiesta y comilona a un tiburón marinado
o las morcillas de sangre -“slátur”-, aunque no tanto los
dudosos “escrotos” de carnero –aunque aquí algunos
coman “criadillas” que no
son sino el relleno--, si bien no los sustituiría tampoco por
unas mullidas “ubres de vaca” de Marco Gayo Apicio,
adobadas con “garum” latino.
No opinaré
del aguardiente “esbrennivin” de patata fermentada, pero
deploro que los islandeses se constriñeran a la sobriedad impuesta
durante
siglos por el desconocimiento del tubérculo andino que iba a
redimirles del húmedo clima subpolar oceánico y de
las noches árticas, por muy esplendorosas que sean las auroras
boreales y pasmoso el exotismo térmico de los abrasadores jéyseres
brotando de entre el hielo. Yo no creo que pudiera consolarme de la
privación de un buen “tinto” y un “ternasco”
de secano perfumado de romero, a trueque del azufrado borrego
“primal”, penetrado
de “fumarolas” volcánicas y
aterido del brumoso relente de la tundra ocupada por el 63%
del territorio, que es lo único que no invaden los glaciares ni
minan los volcanes .
Y ahí es
donde alguien de Aragón ha concebido el guión más “buñuelesco”
imaginable. El “Alcampo” de Zaragoza (Aragón)
anuncia el “Ternasco de Aragón con denominación de origen, por
13'75 euros Kg “, exhibiendo
como garantía de calidad que es: “Nacido en Islandia,
cebado en Islandia, sacrificado en Islandia, y despiezado en
Islandia”.
Dios
nos dote de productos más fiables: Porque con esta traición nos
estaría vedado incluso el foral Privilegio de Manifestación.
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