El seísmo
provocado por las elecciones europeas va a exigir la reflexión de
las ejecutivas de los partidos dominantes y exclusivos sobre las
agresiones a políticos de todas las tendencias y el asesinato de
Isabel Carrasco, presidenta del PP leonés, sin enmascarar las
causas pues frente a la ponderación de la vicepresidenta Soraya
Sáenz de Santamaría sorprende el nerviosismo y la falta de aplomo
del ministro del Interior Jorge Fernández, quien debería cambiar de
director espiritual por otro más sereno y con más cuajo. Nuestras
leyes garantizan la Justicia si se aplican como ha sucedido con esos
jovenes exaltados que abogan por la muerte cuando aún no han
aprendido el sacrificio de vivir. Matar no es la solución y tampoco
es el camino.
Otra cosa
es que deberíamos dotarnos de medios para que ciertos individuos no
pudieran llegar donde han llegado. No es admisible por ejemplo que se
esté debatiendo a estas alturas si pueden o no ser candidatos
aquellos a los que el juez haya imputado. Un imputado no puede
administrar ni representar a nadie. Si está limpio, ya tendrá
ocasión, que el mundo no se acaba aquí. Yo mismo padecí la insidia
de un malandrín que me robó y denunció que le había robado.
Fueron días difíciles en que cierto colega delegado de un diario
catalan aquí, ayudó a sembrar la duda contra mi, y algunos “buenos
amigos” difundieron fotocopias de sus informaciones, no sé con
qué propósito, hasta que el fiscal terminó culpando al
denunciante. No fueron días de rosas. Y no me sentía “limpio”.
En eso sucede como antes con la virtud de las doncellas, que se
empañaba con sólo el aliento.
En éste
momento nos sobran imputados e individuos que, sin estarlo, cobran
trece sueldos cada mes. Ustedes ya me entienden. Y eso no parece ni
justo, ni equitativo, ni ético. Aunque pueda serlo. Pero el honor se
mancha por cualquier cosa.
Hace unos
días, en el kiosco de periódicos que ha sustituido el mentidero de
las barberías desde que se llaman peluquerías y hay que pedir hora,
escuché el argumento de un hombre del campo con la ponderación con
que lo hace la gente de esta tierra. “Mira –le decía a un
compadre--: yo no quiero la muerte de ninguno, porque no hay
derecho a matar por malo que sea nadie, pero aquí habría que
'aclarecer' mucho”.
He aquí el
concepto que no oía desde chico y que se me impone con la nitidez de
lo nativo: 'aclarecer'. No se me alborote don Jorge
Fernández Díaz el buscador de herejes, ni pretenda mandarme ante el
fiscal, porque 'aclarecer' no es, en el Bajo Aragón,
una metáfora de matar, como “talar”, “clarear”,
“aclarar”, “purgar” ni siquiera “podar”.
Para nuestros hortelanos
significa despuntar el día, remitir un nublado, sembrar algo mas
espaciado, y dejar que florezcan en el árbol solo los frutos mas
sanos desechando los dañados.
De modo
que, entre tanta basura, convendría 'aclarecer'.
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