lunes, 29 de junio de 2015


LA ROMPIDA

Perdonen ustedes si “La Rompida” nos queda ya a trasmano, pero es que no se puede hablar de ciertas cosas mientras no han sucedido. Y ha sucedido que a algunos exigentes se les ha subido la sangre a la cabeza por un palillazo a destiempo. Que importa. Ese venial incidente no viene más que a enriquecer el anecdotario de la Semana Santa. Aparte de que no fue un desliz culpable: solo que se cayó un tambor cuando los penitentes ansiosos aguardaban en la Plaza a que diese la hora para empezar a tocar, como los corredores que esperan el pistoletazo en la pista de atletismo.
Cuando se desatan los tambores impacientes, no hay nada que los acalle: ni gritos, ni cornetas, ni silbidos penetrantes. Nadie tiene la culpa. Si no tiene la culpa claro está. Pues en Alcañiz abortamos hace años la Rompida –que no se llamaba así-- por la gracia estúpida de unos mozuelos imberbes entre los que me contaba. Que Dios nos perdone. Y por no abordar la situación a tiempo borramos el instante en que el silencio se torna retumbo. Y así, el palillazo, el redoble, el “accidente” y el golpe indeseado con la caja, socavaron la tradición inicial.
Amparado en la ignorancia, alguien ha abundado en que no se rompía la hora en Alcañiz. Nadie había puesto nombre a ese momento, pero todos nos congregábamos en la Plaza porque a las doce del mediodía empezaba el estruendo. Bien es cierto que los alguaciles emboscados discretamente por la Plaza y la calle de Alejandre, multaban a los que se adelantaban al dictámen del reloj. Mas cuando la mayoría se puso a sabotear el acto haciendo sonar los tambores sucesivamente en un rincón y el opuesto, la autoridad dió el empeño por perdido. Y eso que tenía experiencia ya, porque el Viernes Santo de 1874, los liberales alcañizanos se negaron a postergar la procesión del Pregón pese a la proximidad de los carlistas y el comandante general de la Plaza se avino a reforzar las guardias y duplicar las defensas de las murallas antes que prohibir el paso a los tambores. Lo mismo que el Viernes Santo de 1937, gobernando la ciudad el Frente Popular, cuando sin hábitos, sin túnicas, sin imágenes, sin cruces, sin pasos y sin curas que en su mayoría habían muerto o desaparecido, desfiló “El Pregón” como todos los años.
Así es que volviendo a La Rompida, será cosa de tomar conciencia de que no debe repetirse la relajación del Alcañiz de los años '50, implantando la disciplina no por la vía de la coerción sino por la de la convicción para que nadie apoye el desaliño, ni las botas deportivas, ni las túnicas falseadas como guardapolvos, aunque nada importe que estén viejas y gastadas como decorosos uniformes, porque eso es un timbre de gloria entre las familias con tradición y los grupos con historia.
Nosotros nos arrepentimos luego, pero ya era tarde.
Darío Vidal
14 / 04 / 2015

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