LA ROMPIDA
Perdonen
ustedes si “La Rompida” nos queda ya a trasmano, pero es que no
se puede hablar de ciertas cosas mientras no han sucedido. Y ha
sucedido que a algunos exigentes se les ha subido la sangre a la
cabeza por un palillazo a destiempo. Que importa. Ese venial
incidente no viene más que a enriquecer el anecdotario de la Semana
Santa. Aparte de que no fue un desliz culpable: solo que se cayó un
tambor cuando los penitentes ansiosos aguardaban en la Plaza a que
diese la hora para empezar a tocar, como los corredores que esperan
el pistoletazo en la pista de atletismo.
Cuando
se desatan los tambores impacientes, no hay nada que los acalle: ni
gritos, ni cornetas, ni silbidos penetrantes. Nadie tiene la culpa.
Si no tiene la culpa claro está. Pues en Alcañiz abortamos hace
años la Rompida –que no se llamaba así-- por la gracia estúpida
de unos mozuelos imberbes entre los que me contaba. Que Dios nos
perdone. Y por no abordar la situación a tiempo borramos el instante
en que el silencio se torna retumbo. Y así, el palillazo, el
redoble, el “accidente” y el golpe indeseado con la caja,
socavaron la tradición inicial.
Amparado
en la ignorancia, alguien ha abundado en que no se rompía la hora en
Alcañiz. Nadie había puesto nombre a ese momento, pero todos nos
congregábamos en la Plaza porque a las doce del mediodía empezaba
el estruendo. Bien es cierto que los alguaciles emboscados
discretamente por la Plaza y la calle de Alejandre, multaban a los
que se adelantaban al dictámen del reloj. Mas cuando la mayoría se
puso a sabotear el acto haciendo sonar los tambores sucesivamente en
un rincón y el opuesto, la autoridad dió el empeño por perdido. Y
eso que tenía experiencia ya, porque el Viernes Santo de 1874, los
liberales alcañizanos se negaron a postergar la procesión del
Pregón pese a la proximidad de los carlistas y el comandante general
de la Plaza se avino a reforzar las guardias y duplicar las defensas
de las murallas antes que prohibir el paso a los tambores. Lo mismo
que el Viernes Santo de 1937, gobernando la ciudad el Frente Popular,
cuando sin hábitos, sin túnicas, sin imágenes, sin cruces, sin
pasos y sin curas que en su mayoría habían muerto o desaparecido,
desfiló “El Pregón” como todos los años.
Así
es que volviendo a La Rompida, será cosa de tomar conciencia de que
no debe repetirse la relajación del Alcañiz de los años '50,
implantando la disciplina no por la vía de la coerción sino por la
de la convicción para que nadie apoye el desaliño, ni las botas
deportivas, ni las túnicas falseadas como guardapolvos, aunque nada
importe que estén viejas y gastadas como decorosos uniformes, porque
eso es un timbre de gloria entre las familias con tradición y los
grupos con historia.
Nosotros
nos arrepentimos luego, pero ya era tarde.
Darío Vidal
14
/ 04 / 2015
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