ARGUMENTARIO TELEFÓNICO
Con los
años perdemos facultades intelectuales y agilidad mental pero
también credulidad. Mas la sociedad del fraude, la “mordida”,
el equívoco, las inmobiliarias, los “eres”, las “preferentes”,
las “tarjetas black”
y la estafa planetaria, crée que haber perdido la juventud no
significa haberla superado. Y algunos jovenes avispados juzgan un
síntoma de senectud haber aprendido del candor de la infancia. Por
eso recurren a la venta domiciliaria sin desdeñar los parajes más
remotos.
Pero,
metidos en faena, utilizan el “mailing” más agresivo, el
“marketing” más audaz, y la cálidez sugestiva de la voz,
para ofrecer sus mercancías, que pueden ser un apartamento que no
existe, un vehículo desguazado, una parcela en la escombrera, cierta
plaza de garaje sin garaje, o un viaje a la India adelantando un
módico anticipo. Y el que no se crée las ofertas es un carcamal
pusilánime o un vejestorio receloso.
No escapan
a la mezquina rapacidad comercial ni las compañías de servicios,
sobre todo las de telefonía a las que los abonados no pueden
comunicar una emergencia, un aviso de avería, o una precisión sobre
la factura, sino a través de una cinta grabada que les niega el
diálogo (“Pulse 1 si se trata de una
avería, 2 si una incidencia, 3
una reclamación, o ...”) (“Diga si el número de abonado que ha
marcado pertenece a una empresa o a un particular....”. “Si es lo
primero, marque el 237; si es lo segundo, marque el 415; sino, espere
por favor....”) Y quien cae
en la tentación de ser amable, se ha caído para siempre, o para
mucho tiempo, porque va a tener una voz --además desconocida-- que
le recordará infatigable a todas horas que “qué hay de
lo nuestro”. Desgraciadamente,
no sé de nadie que haya resistido ese asedio contumaz, sin zanjarlo
con una grosería.
(“Mire
usted, no se fatigue: Mándeme su propuesta por escrito para que yo
la estudie”. “No; es que tenemos por norma no mandar nada por
escrito”. “Y yo, no aceptar lo que no esta escrito ¿cómo
quieren que firme dando mi conformidad?”.“Tampoco hay que
hacerlo: basta con grabarlo”, “Pero yo necesito tener constancia
por escrito de a qué me comprometo y necesito el contrato”.
“Nosotros ya lo tenemos...”. “¡Y se pasan por el forro las
prácticas comerciales
y el Derecho Mercantil...!”) A partír
de ese momento, el diálogo mantenido por primera vez sin el
burladero de la grabación, se quiebra. “¡Y
si juzgaban alta la tarifa, por que la subieron!”
A
las dos horas oímos: “Buenas tardes, señor: le llamo de
la Compañía... Se ha interrumpido la comunicación...” “No, no
se ha cortado nada: es que yo no me comprometo nunca sin saber a qué,
y sin poner la firma al pie”.
Pero la voz sigue argumentando. Y a las seis horas, otra vez.
Cualquier
rato sonará de nuevo. Y tendré que colgar a pesar mío. Una llamada
puede ser un allanamiento de morada.
Darío Vidal
16
/ 06 / 2015
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