TRANSPARENTES
E IGNORADOS
Hacía
tiempo que no alcanzaba el éxito de ahora. Llegué a suponer que
estaba muerto. Es como regresar a Aragón después de algún tiempo.
Al reves que en otros lugares, la gente que disiente no protesta, no
se opone, no discute, no pugna. Ni una queja, ni un improperio, ni un
denuesto. Si acaso, se encastilla en el más torvo rencor, pero
calla. El silencio circundante es tan profundo que uno llega a dudar
de si está vivo. Y hay muchos aquejados de lo que bauticé, para
entenderme, como el complejo –o el síndrome-- de “Licenciado
Vidriera”, en que los afectados creen haber
dejado de existir y haberse vuelto transparentes, invisibles y como
de cristal. Como si temieran romperse si alguien les roza.
Reparen en
tantos como se exilan de aquí para sentirse vivos y se tornan
insensibles a la nostalgia, al revés que los gallegos, los catalanes
y los vascos. Un viejo amigo de Puebla de Hijar afincado en
Barcelona, dueño de varias empresas y unos importantes laboratorios,
me decia amargamente: “No seas aragonés que
te vas a estropear: que los aragoneses se pierden en ésta y en la
otra vida”. Era la crítica expresión de
un puro dolor desesperado, colmado de amor y desengaño.
Pero no
crean que he perdido el hilo. Decía que estoy recuperándome del
síndrome de “Licenciado Vidriera”, porque a raíz de mi
último artículo sobre la resaca de las elecciones, han coincidido
en detestarme tanto la izquierda como la derecha, pues nadie entendió
que sugería un viable cambio de paradigmas. Y ello me lleva a
suponer que no andaba tan errado en mi juicio. Aunque la situación
dista mucho de ser confortable.
Este oficio
es desagradecido. Si no se critica, nadie protesta. Cuando se elogia,
tampoco se hace nadie eco del halago porque todos creen merecer
reconocimiento. Pero quien se considera criticado, suele enojarse. No
importa que el crítico
pondere luego una labor empresarial acertada o una brillante acción
política. La opinion equilibrada no restituye al autor en su primera
opinión. El equívoco estriba en confundir el sujeto con la accion
que se le atribuye.
Podemos
empatizar francamente con un personaje, pero él no tolerará que
discrepemos en un argumento o una opinión. El señalado no entiende
jamás que disentir no equivale a una declaración de enemistad. En
cierta ocasión José María Porcioles alcalde de Barcelona entonces,
me dejó con la mano tendida pasando de largo cuando acudimos a
felicitarnos las Pascuas. Se sintió ofendido por cierto desacuerdo y
decidió negarme el saludo. Yo no perdí nada pero aprendí algo.
Supe que a los próximos de Esteban Bassols, RR.PP de su equipo, nos
llamaba “gusanos goebbelsianos”, o sea bichos de la misma
condición que Paul Joseph Goebbels, ministro nazi de Propaganda del
III Reich. Un individuo sinuoso y mas listo que el aire. Así es que
nunca supe si reprocharle un insulto o agradecerle un cumplido.
Darío Vidal
09
/ 06 / 2015
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