lunes, 29 de junio de 2015


TRANSPARENTES E IGNORADOS

Hacía tiempo que no alcanzaba el éxito de ahora. Llegué a suponer que estaba muerto. Es como regresar a Aragón después de algún tiempo. Al reves que en otros lugares, la gente que disiente no protesta, no se opone, no discute, no pugna. Ni una queja, ni un improperio, ni un denuesto. Si acaso, se encastilla en el más torvo rencor, pero calla. El silencio circundante es tan profundo que uno llega a dudar de si está vivo. Y hay muchos aquejados de lo que bauticé, para entenderme, como el complejo –o el síndrome-- de “Licenciado Vidriera”, en que los afectados creen haber dejado de existir y haberse vuelto transparentes, invisibles y como de cristal. Como si temieran romperse si alguien les roza.
Reparen en tantos como se exilan de aquí para sentirse vivos y se tornan insensibles a la nostalgia, al revés que los gallegos, los catalanes y los vascos. Un viejo amigo de Puebla de Hijar afincado en Barcelona, dueño de varias empresas y unos importantes laboratorios, me decia amargamente: “No seas aragonés que te vas a estropear: que los aragoneses se pierden en ésta y en la otra vida”. Era la crítica expresión de un puro dolor desesperado, colmado de amor y desengaño.
Pero no crean que he perdido el hilo. Decía que estoy recuperándome del síndrome de “Licenciado Vidriera”, porque a raíz de mi último artículo sobre la resaca de las elecciones, han coincidido en detestarme tanto la izquierda como la derecha, pues nadie entendió que sugería un viable cambio de paradigmas. Y ello me lleva a suponer que no andaba tan errado en mi juicio. Aunque la situación dista mucho de ser confortable.
Este oficio es desagradecido. Si no se critica, nadie protesta. Cuando se elogia, tampoco se hace nadie eco del halago porque todos creen merecer reconocimiento. Pero quien se considera criticado, suele enojarse. No importa que el crítico pondere luego una labor empresarial acertada o una brillante acción política. La opinion equilibrada no restituye al autor en su primera opinión. El equívoco estriba en confundir el sujeto con la accion que se le atribuye.
Podemos empatizar francamente con un personaje, pero él no tolerará que discrepemos en un argumento o una opinión. El señalado no entiende jamás que disentir no equivale a una declaración de enemistad. En cierta ocasión José María Porcioles alcalde de Barcelona entonces, me dejó con la mano tendida pasando de largo cuando acudimos a felicitarnos las Pascuas. Se sintió ofendido por cierto desacuerdo y decidió negarme el saludo. Yo no perdí nada pero aprendí algo. Supe que a los próximos de Esteban Bassols, RR.PP de su equipo, nos llamaba “gusanos goebbelsianos”, o sea bichos de la misma condición que Paul Joseph Goebbels, ministro nazi de Propaganda del III Reich. Un individuo sinuoso y mas listo que el aire. Así es que nunca supe si reprocharle un insulto o agradecerle un cumplido.

Darío Vidal
09 / 06 / 2015

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