MILAGROS LÁICOS
Entre los
santos de mi devoción, tengo inscrito en la hagiografía el nombre
de Miguel Caballú, que no es un santo oficial y canónico de los que
aparecen en el santoral, pero sí un santo láico capaz de tocar el
corazón, para aunar voluntades con que elevar a realidad los
proyectos soñados.
Entre los
sucesos prodigiosos que ahora no voy a relatar, hay que recordar la
afloración de la ermita de la Virgen de La Huerta, inundada por la
ampliación del pantano de Caspe y que, al amparo de ciertas reformas
que exigían vaciar temporalmente su vaso, rescataron del fango los
vecinos, extrayendo los sillares sumergidos para numerarlos,
trasladarlos a lo alto de un cabezo próximo en camiones, remolques y
tractores, y reconstruirla paso a paso. Una empresa que le puso en
trance de perder la vida con un grupo de voluntarios tras el
naufragio de un pontón en el Ebro turbulento.
El temple
de este hombre singular, capaz de alumbrar sueños, predicar
quimeras, captar voluntades, juntar voluntarios, vencer obstáculos,
levantarse cuando los demás han caído, “no reblar” aunque
los otros desmayen y creér siempre, procurando quedar en segundo
plano, ha logrado sumar esfuerzos en este Bajo Aragón a veces
áspero, realista y descreído. Lo que permite aventurar que la
apatía de esta tierra no radica en la falta de Pueblo sino en la de
líderes, que en el vigésimo verso de su Cantar hizo lamentarse a
Myo Çid: “Dios, que buen vassallo si oviesse buen
Señor”.
Este
agitador cultural que hoy nos ocupa, se ha aplicado a desperezar a
sus conciudadanos con libros y centenares de artículos; con
conferencias y discursos, y con proyectos “imposibles”
como la construcción del órgano que se quemó en la Guerra Civil de
1936 y que habían llorado varias generaciones de caspolinos. De modo
que si árduo fue el empeño de rescatar piedra a piedra una ermita
medieval, mediante trabajo comunitario o aportaciones a escote, no ha
sido menor hazaña construir de nuevo un vetusto “órganum”
clásico aragonés del siglo XVIII, convertido en cenizas hace ahora
la friolera de 79 años. (Qué quieren, prefiero el “harmonium”
o el “órganum”, a
que alguien nos manipule el órgano)
Mucho
debio pecar de abandono el pasado caspolino, pero lo ha redimido de
sus culpas el empeño solidario de este siglo, sin mendigar a nadie
ni suplicar a políticos, con las aportaciones de seiscientos mecenas
céntimo a céntimo. En tres años, los vecinos han aportado, al modo
tradicional de Aragón, 167.000 euros para pagar al “organero”
Carlos Álverez de Teruel, la carpintería y los 824 tubos --42 de
madera y 82 de aleaciones metálicas con hasta el ochenta por ciento
de estaño--, en cuyo diseño y desarrollo ha participado el profesor
José Luís González Uriol.
No
nos falta más que honrar como se debe al santo láico de Caspe, con
permiso de San Indalecio, San Sebastián y San Roque. Pues un día
levantarán, entre los cuatro, el convento del Compromiso.
Darío Vidal
23
/ 06 / 2015
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