domingo, 28 de junio de 2015


CABOS SUELTOS

No le conocí pero esperaba verlo un día al azar, en el “Savoy” tal vez, difuminado en la bruma del jazz entre un murmullo de charlas, humo de cigarrillos y tintineo de copas. José Luis Alvite se nos ha ido, no sin antes despedirse como cumple a un caballero un poco estóico, un poco abúlico y un poco cansado de casi todo, pero con la elegancia de quien no se deja abatir por la nimiedad de un cáncer de cólon y otro de pulmón.
El lector sabe que alguien que nos escribe termina convirtiéndose en un cómplice y cobra más realidad que tantos conocidos como tiene anotados en su lista de teléfonos o en esa ficción virtual que suele llamarse correo electrónico. Pues la carta que otro ha acariciado con la pluma y doblado con los dedos se impregna de la vida que su pulso le transmite. La electrónica está bien para enviar recados, pero no para alumbrar el pensamiento, revelar un secreto o confiar sentimientos. Por eso siento ahora la nostalgia de una amistad sin retorno que no culminó, una conversación sin respuesta, y la frustración de no haber podido cerrar con un encuentro esa relación que no podrá ya ser completa porque se ha desanudado el vínculo de la vida. Ya no podrá ser, José Luis, porque yo pensaba que la vida es para siempre desoyendo la enseñanza de muchos años de adioses y despedidas. Lo siento de veras, porque adivinaba en tí un caudal de sabiduría.
Pero a cambio he aprendido algunas cosas. Y me he puesto a escribir a Enric González para recuperarlo, no porque tema su ausencia que yo estoy antes en las listas, sino porque resulta estúpido renunciar a un afecto por un punto de pudor o cortedad, precisamente el día de San Francisco de Sales.
Llevo muchos años leyendo a Enric desde Alemania, París, Roma, Londres, Hong Kong, Jerusalén y medio mundo, pero temí importunarle si le llamaba. Por fortuna me ha abierto la puerta evocando cierta anécdota entrañable, en un libro como un río titulado con sorna antigua “Memorias líquidas” como las “Almas del nueve largo” de Alvite. Y pese a mi renuencia, le escribo para afirmar que reitero punto por punto lo que le dije un día; que el verdadero periodismo es el de proximidad –el de “local” como se titulaba antes-- fundado en lo que el maestro Manuel Del Arco definía honestamente como el de “ver y contar” y que, en cuanto a mis pronósticos con respecto a él, ahí tiene los recortes que no mienten. Años en primera línea sin desfallecer capeando la intriga y la fortuna; jornadas extenuantes de trabajo adobadas muchas veces con el miedo físico y otras compartiendo la tensa espera, la zozobra o el sopor, con Aliaga, Paco Borda, el hilarante Lladó Figueras que pedía un féretro de niño porque no necesitaba más, Carol, Juliana, Pérez de Rozas, “El Brusi” centenario de Luis Bonet con tres licenciaturas y plástico en los bolsillos. Y en el horizonte, la pequeña Chelsea. Que me lo han contado, Enric.
Darío Vidal
27 / 01 / 2015

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