CABOS
SUELTOS
No le
conocí pero esperaba verlo un día al azar, en el “Savoy” tal
vez, difuminado en la bruma del jazz entre un murmullo de charlas,
humo de cigarrillos y tintineo de copas. José Luis Alvite se nos ha
ido, no sin antes despedirse como cumple a un caballero un poco
estóico, un poco abúlico y un poco cansado de casi todo, pero con
la elegancia de quien no se deja abatir por la nimiedad de un cáncer
de cólon y otro de pulmón.
El lector
sabe que alguien que nos escribe termina convirtiéndose en un
cómplice y cobra más realidad que tantos conocidos como tiene
anotados en su lista de teléfonos o en esa ficción virtual que
suele llamarse correo electrónico. Pues la carta que otro ha
acariciado con la pluma y doblado con los dedos se impregna de la
vida que su pulso le transmite. La electrónica está bien para
enviar recados, pero no para alumbrar el pensamiento, revelar un
secreto o confiar sentimientos. Por eso siento ahora la nostalgia de
una amistad sin retorno que no culminó, una conversación sin
respuesta, y la frustración de no haber podido cerrar con un
encuentro esa relación que no podrá ya ser completa porque se ha
desanudado el vínculo de la vida. Ya no podrá ser, José Luis,
porque yo pensaba que la vida es para siempre desoyendo la enseñanza
de muchos años de adioses y despedidas. Lo siento de veras, porque
adivinaba en tí un caudal de sabiduría.
Pero a
cambio he aprendido algunas cosas. Y me he puesto a escribir a Enric
González para recuperarlo, no porque tema su ausencia que yo estoy
antes en las listas, sino porque resulta estúpido renunciar a un
afecto por un punto de pudor o cortedad, precisamente el día de San
Francisco de Sales.
Llevo
muchos años leyendo a Enric desde Alemania, París, Roma, Londres,
Hong Kong, Jerusalén y medio mundo, pero temí importunarle si le
llamaba. Por fortuna me ha abierto la puerta evocando cierta anécdota
entrañable, en un libro como un río titulado con sorna antigua
“Memorias líquidas” como las “Almas del nueve largo”
de Alvite. Y pese a mi renuencia, le escribo para afirmar que reitero
punto por punto lo que le dije un día; que el verdadero periodismo
es el de proximidad –el de “local” como se titulaba
antes-- fundado en lo que el maestro Manuel Del Arco definía
honestamente como el de “ver y contar” y que, en cuanto a
mis pronósticos con respecto a él, ahí tiene los recortes que no
mienten. Años en primera línea sin desfallecer capeando la intriga
y la fortuna; jornadas extenuantes de trabajo adobadas muchas veces
con el miedo físico y otras compartiendo la tensa espera, la zozobra
o el sopor, con Aliaga, Paco Borda, el hilarante Lladó Figueras que
pedía un féretro de niño porque no necesitaba más, Carol,
Juliana, Pérez de Rozas, “El Brusi” centenario
de Luis Bonet con tres licenciaturas y plástico en los bolsillos. Y
en el horizonte, la pequeña Chelsea. Que me lo han contado, Enric.
Darío Vidal
27
/ 01 / 2015
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