lunes, 29 de junio de 2015


CRIMINALES PEQUEÑITOS

Tampoco es tan difícil. Si pensásemos con la cabeza y no con otros órganos, no tendríamos dificultades para juzgar si un desfalco es menos grave cuando lo perpetra un adolescente, o si es menos peligroso que descubra las claves secretas del Pentágono un aficionado de primero de Informática que un “hacker” avezado, o si un profesor de Historia se muere menos si le atraviesa el corazón con un cuchillo un niño de solo trece años o Jack el Destripador.
Una cosa son los hechos, otra las resposabilidades y más al fondo está la culpa. Aciertan ustedes si suponen que me refiero al escolar del Instituto Joan Fuster de Barcelona que ha herido a varios discípulos y matado al profesor interino de Historia Abel Martínez Oliva defendiendo a sus chicos y sus alumnas, una de las cuales le ha escrito entre un ramo de flores: “Nos has protegido hasta el final y has sido muy valiente. Siempre recordaré tu valor y lo que hemos aprendido”.
No defiendo el ojo por ojo a ninguna edad, hoy como ayer, porque eso sería una venganza y no Justicia. Y además la muerte no permite ya segundas oportunidades. Pero sería conveniente fijar la edad intelectual del adolescente y no acomodarse tampoco a un diagnóstico apresurado y cómodo, como el del “brote psicótico” --rarísimo entre los niños según Montserrat Pàmies-- que encubriría el propósito reiterado de que “tenemos que matarlos a todos” como escribió antes, igual que la enfermiza obsesión por las armas.
Puede parecer desmedido, pero ya hemos llegado a eso. Hay que desenmascarar la cobardía y alentar el compromiso. No es lícito hacerse el distraído sobre todo cuando algunos arrostran la defensa y el riesgo. La Cultura es un privilegio y no es cosa de prohibir el revólver en los colegios como sucede en los Estados Unidos, ni de llenar el aula de guardas jurados, o que los policías se infiltren en los patios: todo eso es reconocer el fracaso del sistema, y los colegios e institutos no son cárceles ni penitenciarías sino recintos sagrados como antes eran las iglesias. Lugares de reflexión y de paz.
El humanista alcañizano Juan Lorenzo Palmyreno, impulsor de la “escuela activa” en el siglo XVI, decía que “el que no quisiere asistir a las lecciones, vaya afuera que ya le aprovecharán a otro; ni se vanaglorie ningún maestro de abofetear (a muchachos) barbados, que no sé de nadie que se haya hecho doctor a bofetadas”.
Pero cinco centurias después valoramos más la cantidad que la calidad y preferimos cubrir las apariencias a afrontar las carencias. Si algo parece claro en la trágica resaca de estos crímenes es el desconcierto de políticos, expertos, sindicatos, profesores y familias. Nadie se calla pero no tiene nada que decir. Nadie detecta la publicidad del hampa, la apología del crimen, la ausencia de deberes, el desprecio del Derecho, el menosprecio del esfuerzo y la carencia de valores. No es fácil. Pero tampoco tan difícil.
 
Darío Vidal
28 / 04 / 2015


No hay comentarios:

Publicar un comentario