CRIMINALES PEQUEÑITOS
Tampoco
es tan difícil. Si pensásemos con la cabeza y no con otros órganos,
no tendríamos dificultades para juzgar si un desfalco es menos grave
cuando lo perpetra un adolescente, o si es menos peligroso que
descubra las claves secretas del Pentágono un aficionado de primero
de Informática que un “hacker” avezado, o si un profesor de
Historia se muere menos si le atraviesa el corazón con un cuchillo
un niño de solo trece años o Jack el Destripador.
Una
cosa son los hechos, otra las resposabilidades y más al fondo está
la culpa. Aciertan ustedes si suponen que me refiero al escolar del
Instituto Joan Fuster de Barcelona que ha herido a varios discípulos
y matado al profesor interino de Historia Abel Martínez Oliva
defendiendo a sus chicos y sus alumnas, una de las cuales le ha
escrito entre un ramo de flores: “Nos
has protegido hasta el final y has sido muy valiente. Siempre
recordaré tu valor y lo que hemos aprendido”.
No
defiendo el ojo por ojo a ninguna edad, hoy como ayer, porque eso
sería una venganza y no Justicia. Y además la muerte no permite ya
segundas oportunidades. Pero sería conveniente fijar la edad
intelectual del adolescente y no acomodarse tampoco a un diagnóstico
apresurado y cómodo, como el del “brote
psicótico”
--rarísimo entre los niños según Montserrat Pàmies-- que
encubriría el propósito reiterado de que “tenemos
que matarlos a todos” como
escribió antes, igual que la enfermiza obsesión por las armas.
Puede
parecer desmedido, pero ya hemos llegado a eso. Hay que desenmascarar
la cobardía y alentar el compromiso. No es lícito hacerse el
distraído sobre todo cuando algunos arrostran la defensa y el
riesgo. La Cultura es un privilegio y no es cosa de prohibir el
revólver en los colegios como sucede en los Estados Unidos, ni de
llenar el aula de guardas jurados, o que los policías se infiltren
en los patios: todo eso es reconocer el fracaso del sistema, y los
colegios e institutos no son cárceles ni penitenciarías sino
recintos sagrados como antes eran las iglesias. Lugares de reflexión
y de paz.
El
humanista alcañizano Juan Lorenzo Palmyreno, impulsor de la “escuela
activa” en
el siglo XVI, decía que “el que no
quisiere asistir a las lecciones, vaya afuera que ya le aprovecharán
a otro; ni se vanaglorie ningún maestro de abofetear (a muchachos)
barbados, que no sé de nadie que se haya hecho doctor a bofetadas”.
Pero
cinco centurias después valoramos más la cantidad que la calidad y
preferimos cubrir las apariencias a afrontar las carencias. Si algo
parece claro en la trágica resaca de estos crímenes es el
desconcierto de políticos, expertos, sindicatos, profesores y
familias. Nadie se calla pero no tiene nada que decir. Nadie detecta
la publicidad del hampa, la apología del crimen, la ausencia de
deberes, el desprecio del Derecho, el menosprecio del esfuerzo y la
carencia de valores. No es fácil. Pero tampoco tan difícil.
Darío Vidal
28
/ 04 / 2015
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