¡¡
ARAGÓN, ARAGÓN, SAN JORGE !!
Se
cumplen veinte años del día en que un personaje discutible y tal
vez discutido, pusiese a cabalgar a Nuestro Señor San Jorge por
primera vez, desde el Castillo hasta la Plaza de Alcañiz, para
defender a los hortelanos que celebraban bailando la llegada de la
primavera con las flores silvestres que habían cortado para los
“Ramos de Bienquerer” de
sus enamoradas.
Los
centinelas de la muralla habían visto ascender desde el Cantomuro,
entre el de Santiago y el de Santa María, a un espantable dragón
con las fauces abiertas –al que Emiliano hizo arrojar fuego por la
boca--, con el propósito de raptar a las doncellas y sacrificar a
los mozos. Pero al tiempo que el reptil remontaba la Lonja desde la
calle Mayor con horrible estruendo, y los campesinos huían
aterrados, el Señor San Jorge, al frente de la caballería del Rey
de Aragón, se enzarzaba en un descomunal combate con el monstruo, al
que sedujo con su virtud, su valor y su destreza, hasta caer rendido
–“convencido y no vencido”--, porque el paladín de la
caballería cristiana había aprendido que sólo se triunfa del Mal
con el Amor y el Saber, representados por el libro con que obsequia
al alcalde de Alcañiz todos los años en el centro de la Plaza,
antes de regresar voceando “¡¡Aragón, Aragón, San Jorge!!”
que era el antiguo grito de victoria de nuestros guerreros
Esta
es la parábola de una ciudad de convivencia, pactos y Concordia,
solo puesta en cuestión cuando la denostada Orden Militar de
Calatrava quiso degradarla a Señorío en beneficio propio, mientras
que Alcañiz era ya, por derecho de conquista, población de realengo
desde 1157.
Han
pasado veinte años, los primeros de zozobra y los siguientes de un
reconocimiento que aún no nos creemos. Y de cuestiones ya resueltas
como el calzado de los caballos que se resbalaban en la pendiente de
cantos rodados y se nos caían; de gratificante apoyo del pueblo, y
de recuerdo subconsciente de una tradición ya perdida como la del
“Ramo de Bienquerer”
que pareció evocar de súbito nuestra memoria colectiva hasta el
extremo de que, al poco de recuperarla, muchos jóvenes y no tan
jóvenes salían la víspera al campo a recoger las humildes
florecillas silvestres con las que formar su “bouquet”.
Y
la sorpresa de los mayores, y el pasmo de los niños para los que
esta jornada era como otro día de Reyes, y la complicidad de Juan
Pardo y sus jinetes, y el entusiasmo, el pundonor y el ritmo de los
sufridos adolescentes anónimos portadores del Dragón, que ahora ya
son padres y no han dejado nunca de cuidar los mínimos detalles, y
la aportación de las danzarinas, y de los presidentes de las
asociaciones de los primeros años que hicieron de celadores del
orden, y Alicia Juste y sus amas de casa que cosieron trajes,
gualdrapas de caballos y uniformes de guerrero día y noche, y
Vicentina Calvo, y Emiliano Doñate, y Ana Dobato y Santi Sáenz con
sus músicos, y las disciplinadas floristas tan tentadas por los
forasteros que pedían rosas, y todos los que nos apoyaron sin
tenernos por locos, y los niños que en sus trabajos de clase
pusieron “El Vencimiento del Dragón”
como una fiesta tradicional antes de que lo fuera, sin que nadie se
los dijera.
Celebramos
el vigésimo milagro de una conmemoración honrosa: la de la batalla
de Alcoraz en que un jinete blanco, ataviado de blanco y montando un
caballo blanco, reconquistó Huesca para la Corona de Aragón, con el
Rey Don Pedro I, en el año 1096.
Y
festejamos a un pueblo culto capaz de ilusionarse con un mito.
Darío
Vidal
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