lunes, 29 de junio de 2015


LLANTO POR UN AMIGO
Mi admirada Eva Defior, que tiene bonito hasta el nombre, ha dejado imposible mi artículo de homenaje al profesor Angel Alcalá, emérito de las universidades de Nueva York y Salamanca, por su nuevo libro. Pero no ha impedido que glose a un personaje querido aunque controvertido, como Jose Ignacio Pasqual de Quinto y de los Ríos, VIII Barón de Tamarit, durante muchos años presidente de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, que ha dedicado una sesión a su memoria.
A Pasqual de Quinto, espíritu libérrimo, conversador ingenioso, experto en “aragonismo”, paradojista irreverente, amigo y hombre llano, le bastaba el título de Pepe para atender a una voz. Y a él le debo irrepetibles jornadas de trabajo como la que gozamos con el actual presidente de la Institución don Domingo Buesa Conde, académico de múltiples saberes, cuando quisimos recuperar un horno gótico, cuya llave nos negaron y ahora está arruinado.
Pepe Pasqual, cuya biblioteca no me atrevo a ponderar, guardaba un fondo documental imprescindible para estudiar la Historia y la Cultura de esta tierra nuestra y tesoros como el cuadro de Goya que expuso para disfrute de Fuendetodos o el busto policromado de Fernando el Católico adolescente, del pabellón de Aragón en la “Expo de Sevilla” que han reproducido todos los repertorios de Arte, amen de crónicas, testamentos, codicilos y documentos reales que su esposa Miriam Santos-Suárez y sus hijos Isabel, Fernando y María cuidan con dedicación y esmero como lo harán Jimena, Sol y Mencía.
En la “laudatio” del académico don Miguel Caballú, la “oratio” de Wifredo Rincón, académico e investigador del C.S.I.C glosando su biografia, y el “panegiricum” del presidente de la Academia, profesor Buesa Conde, que defiende nuestra Historia en polémicas como “Pedro II y Pedro III, la incultura o iniquidad de un consejero de Cultura”, se pone sobradamente de relieve la condición de Pasqual de Quinto, aunque hay deferencias y actitudes que sobrepasan las ocasionales asperezas de un personaje a veces agrio pero sincero, próximo y disponible siempre, como aquel día que me citó en “San Siro”, uno de sus lugares de encuentro en Joaquín Costa, con un libro en la mano para descubrirme, como quien hace una diablura, que un antepasado mío del que yo no conocía más que el nombre sucinto y el parentesco, fue un cabecilla realista que, según Ortí Miralles en su Historia de Morella, tuvo la majeza de tomar la capital carlista, la noche del 4 al 5 de junio de 1822, sin otro armamento que palos de escoba teñidos de betún. Aunque nadie sabe si lo que inspiró la hazaña fue el Amor, una apuesta, o el alcohol.
En la primera página había manuscrito: “A Darío con todo el afecto de un buen amigo, rogándole que no emplée la escoba como su antepasado”. Era 1995. Y el antepasado, mi bisabuelo Manuel Llisterri.
Cómo voy a olvidar la amistosa diligencia del que me descubrió el insensato quijotismo de un miembro inexcusable de mi linaje.
Darío Vidal
24 / 03 / 2015

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