LLANTO POR UN AMIGO
Mi
admirada Eva Defior, que tiene bonito hasta el nombre, ha dejado
imposible mi artículo de homenaje al profesor Angel Alcalá, emérito
de las universidades de Nueva York y Salamanca, por su nuevo libro.
Pero no ha impedido que glose a un personaje querido aunque
controvertido, como Jose Ignacio Pasqual de Quinto y de los Ríos,
VIII Barón de Tamarit, durante muchos años presidente de la Real
Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, que ha dedicado una
sesión a su memoria.
A
Pasqual de Quinto, espíritu libérrimo, conversador ingenioso,
experto en “aragonismo”,
paradojista irreverente, amigo y hombre llano, le bastaba el título
de Pepe para atender a una voz. Y a él le debo irrepetibles jornadas
de trabajo como la que gozamos con el actual presidente de la
Institución don Domingo Buesa Conde, académico de múltiples
saberes, cuando quisimos recuperar un horno gótico, cuya llave nos
negaron y ahora está arruinado.
Pepe
Pasqual, cuya biblioteca no me atrevo a ponderar, guardaba un fondo
documental imprescindible para estudiar la Historia y la Cultura de
esta tierra nuestra y tesoros como el cuadro de Goya que expuso para
disfrute de Fuendetodos o el busto policromado de Fernando el
Católico adolescente, del pabellón de Aragón en la “Expo de
Sevilla” que han reproducido todos los repertorios de Arte,
amen de crónicas, testamentos, codicilos y documentos reales que su
esposa Miriam Santos-Suárez y sus hijos Isabel, Fernando y María
cuidan con dedicación y esmero como lo harán Jimena, Sol y Mencía.
En
la “laudatio” del académico don Miguel Caballú, la
“oratio” de Wifredo Rincón, académico e investigador del
C.S.I.C glosando su biografia, y el “panegiricum” del
presidente de la Academia, profesor Buesa Conde, que defiende nuestra
Historia en polémicas como “Pedro II y Pedro III, la incultura
o iniquidad de un consejero de Cultura”, se pone sobradamente
de relieve la condición de Pasqual de Quinto, aunque hay deferencias
y actitudes que sobrepasan las ocasionales asperezas de un personaje
a veces agrio pero sincero, próximo y disponible siempre, como
aquel día que me citó en “San Siro”, uno de sus lugares
de encuentro en Joaquín Costa, con un libro en la mano para
descubrirme, como quien hace una diablura, que un antepasado mío del
que yo no conocía más que el nombre sucinto y el parentesco, fue un
cabecilla realista que, según Ortí Miralles en su Historia de
Morella, tuvo la majeza de tomar la capital carlista, la noche del 4
al 5 de junio de 1822, sin otro armamento que palos de escoba teñidos
de betún. Aunque nadie sabe si lo que inspiró la hazaña fue el
Amor, una apuesta, o el alcohol.
En
la primera página había manuscrito: “A Darío con todo el
afecto de un buen amigo, rogándole que no emplée la escoba como su
antepasado”. Era 1995. Y el antepasado, mi bisabuelo Manuel
Llisterri.
Cómo
voy a olvidar la amistosa diligencia del que me descubrió el
insensato quijotismo de un miembro inexcusable de mi linaje.
Darío Vidal
24
/ 03 / 2015
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